Se habla del problema del agua en España. Por lo poco que se trata en los programas electorales y por las intervenciones de políticos, parece que las soluciones son un «pacto nacional del agua», el «consenso entre territorios», el uso de las desaladoras, un nuevo «Plan Hidrológico Nacional», etc. Pero, ¿cuál es «el problema del agua en España»?
Lo primero que se advierte es que la expresión «el problema del agua en España» no se asocia, en los foros donde se hace referencia, con el estado de los ríos o acuíferos. Es más, el aspecto ambiental suele ser ignorado. La principal motivación de haberse redactado los planes de cuenca ha sido evitar multas de la Unión Europea. Si hubiera sido posible conseguir una moratoria o una dispensa, seguro que no habrían salido, al menos los del Tajo, Júcar y Segura.
Los abastecimientos urbanos, en general, están garantizados en España, en la mayoría de los casos con buena calidad, estando la problemática centrada en la forma de gestión. Además, su uso es prioritario al regadío, con especial importancia en momentos de sequía. Realmente hay un problema muy importante con el tratamiento de los vertidos, en especial en los núcleos pequeños. Pero mientras no haya sanciones, no parece preocupar. No son «el problema del agua en España».
«El problema del agua en España», en términos cuantitativos es el regadío. Es el principal uso consuntivo, como se aprecia en la siguiente figura el consumo por usos en 2013:
Lo primero que hay que advertir es que los valores provienen de la «Encuesta sobre el suministro y saneamiento del agua» que elabora el INE, lo que puede diferir de la agregación de datos de los planes de cuenca u otras fuentes, que pueden tener distintas consideraciones sobre los consumos brutos, netos y retornos. Pero con independencia de algunas variaciones en los números, lo que refleja es la desproporción entre el consumo del regadío y el urbano.
Se suele justificar también que el regadío es motor de desarrollo. En una hectárea de regadío se tiene unas 6 veces la producción de una de secano (según se recoge en el informe «Estadísticas e indicadores del agua»; INE, 2008). Esta media varía por regiones, siendo mayor la proporción en las más secas. Por tanto, parece haber un incentivo claro para que el agricultor prefiera una producción de regadío a una de secano. Haciendo una reducción al absurdo, se podría pensar que si todo el secano de España se transformara en regadío, la producción agraria se multiplicaría por 6, lo que sería un factor de desarrollo. Pero basta observar la evolución del PIB total y el del sector primario para deducir que el crecimiento de la economía no está ligado a la Agricultura:
El peso del sector primario en el PIB es bajo, quedando reducido en el gráfico a una estrecha área verde. Permanece más o menos constante, aunque en el gráfico, por el factor de escala, no se aprecie claramente. Así, en los años en los que crecía el PIB, el peso del sector primario bajaba el porcentaje respecto al total. Pero tras las crisis, cuando el PIB total tuvo un pequeño retroceso, el peso del sector agrario se mantuvo entre el 2 y el 2,5%. Es decir, que el crecimiento de la economía en los últimos 20 años no se ha basado en la agricultura. Conclusión lógica y coherente con una economía avanzada.
Otro aspecto interesante es que el PIB del sector primario se mantenga constante con independencia de las condiciones hidrológicas. Esto responde a que se trata de un mercado saturado, ajustándose el nivel de precios al de la oferta. Por tanto, un incremento de producción empeoraría esta situación.
Como resumen se tiene:
- El regadío es el mayor uso consuntivo.
- Las posibilidades de crecimiento del sector agrario en España son reducidas.
- Hay una gran variación de los precios unitarios, consecuencia de una oferta alta.
- Pero se sigue reclamando que hay que aumentar la disponibilidad de recursos hídricos a costa del Estado, dentro de un pacto nacional.
Por tanto, «el problema del agua en España» es «el problema del riego en España». Antes de plantearse la forma de incrementar los recursos, sería necesario analizar el asunto desde el punto de vista agrario. Valorar si se está usando adecuadamente el recurso, contemplando todos los impactos. Considerando también el «valor ambiental» del agua, teniendo en cuenta que la subvención al uso (caso de las tarifas del trasvase Tajo-Segura) provoca un mayor daño ambiental. Las subvenciones, de haberlas, debieran estar ligadas al enfoque del equilibrio del desarrollo territorial y la sostenibilidad. Pero al reducirse el problema a llevar más agua barata al Sureste, aceptando todo tipo de pérdidas y de subvenciones encubiertas, lo que se está favoreciendo es a un lobby. Y agravando varios problemas.