Postcapitalismo. Lo que nos puede venir encima.
Las doctrinas postcapitalistas antisistema comienzan a abrirse paso entre las élites intelectuales de todo el mundo, antes llamadas «intelligentsia». Zapatero, en uno de sus primeros discursos, cuando fue elegido secretario general del partido socialista, decía algo así: «la batalla política primero hay que ganarla en el terreno de las ideas» (¿de quién tomaría, a su vez, esta idea?). La crisis de la economía neoliberal procede tanto de dentro del propio sistema como desde el exterior. Desde el interior del sistema la quiebra de Lehman Brothers en 2007 inició una crisis financiera de grandes proporciones que enseguida se extendió a la construcción. Los bancos centrales reaccionaron inundando el mercado de dinero para salvar el sistema financiero. Hoy día el dinero mundial existente supera en tres veces el valor de la totalidad de bienes y servicios, cuando la economía clásica establecía que deberían estar equilibrados.
A dichas crisis siguió el cortejo del paro, los salarios en descenso, las deudas públicas y privadas impagables, etc. Se afirma que el montante total de las deudas mundiales públicas y privadas es del orden de seis veces el PIB mundial, que no se podrá reducir sin un proceso inflacionario fuerte y prolongado que diluya la deuda. La proliferación de paraísos fiscales consigue atesorar gran parte del dinero mundial, especialmente el procedente de élites corruptas, profundizando las crecientes desigualdades sociales.
A los efectos de dentro del sistema se han sumado elementos exteriores: cambio climático y secuales migratorias, política energética volátil, superpoblación y más migraciones, terrorismo islamista, Trump, Le Pen, depresión de la UE, Brexit, nacionalismos, etc. Los «indignados» del mundo entero amenazan con darle la puntilla al sistema capitalista actual. Por ejemplo, una de las estrellas emergentes de las críticas al sistema, Paul Mason, en su libro «Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro» (2016), viene a decir:
«Si en una economía neoliberal introdujéramos una provisión verdaderamente pública de servicios como el suministro de agua y energía, la vivienda, el transporte, la sanidad, las infraestructuras en telecomunicaciones y la educación, tendríamos la sensación de estar viviendo una revolución. Y es que la privatización de esos sectores a lo largo de los últimos treinta años fue el modo que hallaron los neoliberales de bombear al sector privado la rentabilidad perdida. Los monopolios sobre determinados servicios constituyen actualmente el núcleo central del sector privado en no pocos países despojados ya de industrias productivas y, junto con la banca, forman la columna vertebral de los mercados bursátiles.
Y proveer esos servicios a precio de coste representaría un acto estratégico de redistribución inmensamente más eficaz que un aumento directo de los salarios reales.»
Pero, el párrafo anterior, ¿no tiene cierto tufillo comunista de la antigua Unión Soviética ─que la historia ha mandado recoger? Si lo que se pretende es tirar junto con el agua sucia del capitalismo la totalidad de la sociedad actual, se puede organizar la de Dios es Cristo. Sigamos.
En cuanto a las ideas de los dirigentes actuales, pueden tener las que les plazca siempre y cuando se ajusten al catecismo de la doctrina neoliberal; es decir, que los mejores triunfan por su talento, que el mercado es la viva expresión de la racionalidad, que los trabajadores del mundo desarrollado son demasiado vagos, y que gravar a los ricos es inútil.
Convencidos de que solo los listos tienen éxito, envían a sus hijos a caras escuelas privadas para poner a punto su individualidad. pero de allí salen todos iguales, convertidos en versiones en miniatura de un Milton Friedman y una Christine Lagarde. Pero en sus corazones habita la duda permanente porque viven bajo la preocupación constante de que van a perderlo todo, lo que es muy duro (y lo digo en serio).
Y para colmo, saben lo cerca que este mundo ha estado de venirse abajo; cuántas de todas y cada una de las cosas que todavía son de su propiedad fueron pagadas en realidad por el Estado, que los rescató a ellos, a los propietarios.
En muchas críticas no les falta razón a los anticapitalistas, pero, ¡menudo lio se nos puede venir encima! Lo que proponen, en definitiva, es lo que siempre se ha llamado «revolución», a la que ahora llaman «economía disruptiva», que suena más fino pero no menos alarmante. ¿Se lograrán imponer las doctrinas de tinte podemita, sus afluencias, confluencias, subsecuencias y resecuencias? ¿Tendremos que invocar el advenimiento de un nuevo Keynes, con el fin de reformar en profundidad el sistema socio-económico actual?