Según vienen publicando los medios de comunicación, la mandamás que se ocupa de las rastrojeras, las gambas, las tapas y los pajaritos, ha dado en hacer un apaño plurinacional con las aguas del solar carpeto-vetónico. O sea, trasvases habemus en la Hispania nostra.
Nuestro amigo, lector avisado, al leer la noticia busca de inmediato un mapa «fisiográfico» de la península, con sus cordilleras marrones sombreadas, sus ríos y embalses azules, y las zonas donde sobra agua y donde falta. Después de un largo rato inclinado sobre el mapa a la luz desvaída de una led exclama lleno de una excitación febril: ─¡Ya lo tengo! ¡Eureka!.
Luego, paseando a grandes pasos por su cuarto, vuelve a exclamar:
─ ¡Pero cómo no se les habrá ocurrido antes a esos genios planificadores del agua! ¡Tanto participar en la Comisión Mundial de los Especuladores del Agua para no ver lo que tienen delante de las narices! Los cinco trasvases que proponen, se los pueden meter…bueno…ahorrar.
Luego, después de serenarse un poco, se pone a trazar sobre le papel un boceto de su idea, dirigiéndose en voz alta a un interlocutor imaginario:
─ Veamos ─se dice─. ¿Cuál es el mayor embalse de la península ibérica?
Y se responde a sí mismo:
─ Nadie me negará que se trata del embalse de Alqueva, sobre el río Guadiana en su tramo portugués, aunque se mete 50 km en la provincia de Badajoz. Es el mayor embalse de la Europa occidental, ¿no?, con la friolera de 4150 millones de metros cúbicos. Frente a esta cifra, ¿qué son los 500 millones de metros cúbicos que reclaman y proclaman los murcianos? ¡Calderilla! Con el embalse lleno habría para varios años de trasvases, aunque viniesen secos.
Se volvió a levantar y pasear agitadamente hablándose a sí mismo:
─ ¡Nada de pactos nacionales! ¡Lo que de verdad hace falta es un pacto celtibérico del agua! ¡Hay que tener una mayor visión! ¡Un trasvase desde Alqueva al embalse del Cenajo es lo que necesita este país! En Europa gustará un pacto entre países de la Unión y lo financiarán generosamente. Además, la tubería de conexión desde Alqueva hasta el murciano embalse del Cenajo podría pasar por mi pueblo, Valdepeñas, donde se levantaría un monumento consistente en varias tinajas de barro, llenas unas de agua y otras de vino de la tierra, como símbolo de la fraternidad de los países ibéricos y del agua y del vino españoles, maridaje típico de nuestro gran escritor Francisco de Quevedo, que tenía su señorío por allá cerca. Una de las tinajas, más grande que las demás, llevaría mi nombre como protoinventor del trasvase Alqueva-Cenajo…
Llegado a este punto, nuestro protagonista recordó de pronto una de sus lecturas favoritas. Se dirigió a los anaqueles de su librería y tras fatigar varios estantes encontró lo que buscaba referente a los grandes proyectos de trasvases en España.
(De «Cartas marruecas»; José Cadalso Vázquez, 1782. Copiado de la «Biblioteca virtual Miguel de Cervantes», Cervantesvirtual.com)
Carta XXXIV
Gazel a Ben-Beley
Con más rapidez que la ley de nuestro profeta Mahoma han visto los cristianos de este siglo extenderse en sus países una secta de hombres extraordinarios que se llaman proyectistas. Éstos son unos entes que, sin patrimonio propio, pretenden enriquecer los países en que se hallan, o ya como naturales, o ya como advenedizos. Hasta en España, cuyos habitantes no han dejado de ser alguna vez demasiado tenaces en conservar sus antiguos usos, se hallan varios de estos innovadores de profesión. Mi amigo Nuño me decía, hablando de esta secta, que jamás había podido mirar uno de ellos sin llorar o reír, conforme la disposición de humores en que se hallaba.
─Bien sé yo ─decía ayer mi amigo a un proyectista─, bien sé yo que desde el siglo XVI hemos perdido los españoles el terreno que algunas otras naciones han adelantado en varias ciencias y artes. Largas guerras, lejanas conquistas, urgencias de los primeros reyes austriacos, desidia de los últimos, división de España al principio del siglo, continua extracción de hombres para las Américas, y otras causas, han detenido sin duda el aumento del floreciente estado en que dejaron esta monarquía los reyes don Fernando y su esposa doña Isabel; de modo que, lejos de hallarse en el pie que aquellos reyes pudieron esperar en vista de su gobierno tan sabio y del plantío de los hombres grandes que dejaron, halló Felipe V su herencia en el estado más infeliz: sin ejército, marina, comercio, rentas ni agricultura, y con el desconsuelo de tener que abandonar todas las ideas que no fuesen de la guerra, durando ésta casi sin cesar en los cuarenta y seis años de su reinado. Bien sé que para igualar nuestra patria con otras naciones es preciso cortar muchos ramos podridos de este venerable tronco, injertar otros nuevos y darle un fomento continuo; pero no por eso le hemos de aserrar por medio, ni cortarle las raíces, ni menos me harás creer que para darle su antiguo vigor es suficiente ponerle hojas postizas y frutos artificiales. Para hacer un edificio en que vivir, no basta la abundancia de materiales y de obreros; es preciso examinar el terreno para los cimientos, los genios de los que han de habitar, la calidad de sus vecinos, y otras mil circunstancias, como la de no preferir la hermosura de la fachada a la comodidad de sus viviendas.
─Los canales ─dijo el proyectista interrumpiendo a Nuño─ son de tan alta utilidad, que el hecho solo de negarlo acreditaría a cualquiera de necio. Tengo un proyecto para hacer uno en España, el cual se ha de llamar canal de San Andrés, porque ha de tener la figura de las aspas de aquel bendito mártir. Desde La Coruña ha de llegar a Cartagena, y desde el cabo de Rosas al de San Vicente. Se han de cortar estas dos líneas en Castilla la Nueva, formando una isla, a la que se pondrá mi nombre para inmortalizar al protoproyectista. En ella se me levantará un monumento cuando muera, y han de venir en romería todos los proyectistas del mundo para pedir al cielo los ilumine (perdónese esta corta digresión a un hombre ansioso de fama póstuma). Ya tenemos, a más de las ventajas civiles y políticas de este archicanal, una división geográfica de España, muy cómodamente hecha, en septentrional, meridional, occidental y oriental. Llamo meridional la parte comprendida desde la isla hasta Gibraltar; occidental la que se contiene desde el citado paraje hasta la orilla del mar Océano por la costa de Portugal y Galicia; oriental, lo de Cataluña; y septentrional la cuarta parte restante. Hasta aquí lo material de mi proyecto. Ahora entra lo sublime de mis especulaciones, dirigido al mejor expediente de las providencias dadas, más fácil administración de la justicia, y mayor felicidad de los pueblos. Quiero que en cada una de estas partes se hable un idioma y se estile un traje. En la septentrional ha de hablarse precisamente vizcaíno; en la meridional, andaluz cerrado; en la oriental, catalán; y en la occidental, gallego. El traje en la septentrional ha de ser como el de los maragatos, ni más ni menos; en la segunda, montera granadina muy alta, capote de dos faldas y ajustador de ante; en la tercera, gambeto catalán y gorro encarnado; en la cuarta, calzones blancos largos, con todo el restante del equipaje que traen los segadores gallegos. Ítem, en cada una de las dichas, citadas, mencionadas y referidas cuatro partes integrantes de la península, quiero que haya su iglesia patriarcal, su universidad mayor, su capitanía general, su chancillería, su intendencia, su casa de contratación, su seminario de nobles, su hospicio general, su departamento de marina, su tesorería, su casa de moneda, sus fábricas de lanas, sedas y lienzos, su aduana general. Ítem, la corte irá mudándose según las cuatro estaciones del año por las cuatro partes, el invierno en la meridional, el verano en la septentrional, et sic de caeteris.
Fue tanto lo que aquel hombre iba diciendo sobre su proyecto, que sus secos labios iban padeciendo notable perjuicio, como se conocía en las contorsiones de boca, convulsiones de cuerpo, vueltas de ojos, movimiento de lengua y todas las señales de verdadero frenético. Nuño se levantó por no dar más pábulo al frenesí del pobre delirante, y sólo le dijo al despedirse: ¿Sabéis lo que falta en cada parte de vuestra España cuatripartita? Una casa de locos para los proyectistas de Norte, Sur, Poniente y Levante.
─¿Sabes lo malo de esto? ─díjome volviendo la espalda al otro─. Lo malo es que la gente, desazonada con tanto proyecto frívolo, se preocupa contra las innovaciones útiles y que éstas, admitidas con repugnancia, no surten los buenos efectos que producirían si hallasen los ánimos más sosegados.
─Tienes razón, Nuño ─respondí yo─. Si me obligaran a lavarme la cara con trementina, y luego con aceite, y luego con tinta, y luego con pez, me repugnaría tanto el lavarme que después no me lavaría gustoso ni con agua de la fuente más cristalina.