Sobre política (según Ulrich Beck)
Ulrich Beck, fallecido en 2015, fue un sociólogo alemán, reconocido como uno de los mayores pensadores de finales del siglo XX. Su firma apareció en muchos de sus artículos recogidos en el diario El País. Hoy me limitaré a traer a esta página unos fragmentos suyos sobre «política», ni más ni menos. Procede de su libro «La democracia y sus enemigos» (Paidós, 2000, páginas 105 y 106), traducción del texto original en alemán de 1995. Los subrayados de abajo son nuestros.
En Alemania y otros Estados de Europa Occidental se está desencadenando una rebelión contra los años ochenta, contra la modernidad. La integridad de una sociedad fuertemente individualizada quiere sustituirse, utilizando la oposición a «lo extranjero», en su interior por una sociedad desigual y, en lo exterior, por una sociedad convertida en fortaleza.
Por decirlo irónicamente: como por desgracia ya no es posible privar a las mujeres del derecho al voto, como rebajar sus ganas de formarse sólo podría lograrse a duras penas y, en general, todo lo que en ese sentido podría hacerse no es posible hacerlo, se opta de forma no del todo consciente, pero tampoco absolutamente inconsciente, por dar un rodeo completamente inútil en el intento de conseguir lo mismo por la dramaturgia de la fuerza y el nacionalismo. Entonces la violación del tabú de la fuerza de la derecha radical aparece como una explicación inadvertida hasta ahora: la contrarrevuelta, gestada también en Occidente, contra la individualización, la feminización y la ecologización de la vida diaria.
Como los islámicos, también los fundamentalistas de los años cincuenta llevan adelante su causa indirectamente en todos los partidos y niveles políticos. Aquéllos acuden al Corán y rezan a Mahoma para componer la paz nacional; estos cabalgan sobre la marea neonazi. Se dosifica la exculpación de la violencia de la derecha radical mientras las coordenadas políticas derivan hacia la derecha; se instauran dosis de diques y fronteras, y el gobierno acentúa su «perfil liberal». Se puede, así, dejar a otros el trabajo sucio y aparecer, frente a los excesos, como salvadores de la democracia. ¿Cuándo se descubrirá por fin y se reconocerá el doble juego político con el que están maniobrando los conservadores moral, psicológica y políticamente?
El conservadurismo está tan en quiebra como el comunismo. Las ideologías y los sistemas políticos ven que fallan sus fundamentos. Y la razón está en que cada vez es más evidente la falta total de un principio legitimador. Como ha sucedido ya en Italia, la desobediencia civil puede hacer caer grandes sistemas estatales.
Las denuncias contra los conservadores de todos los gobiernos y partidos no es que estos sólo persigan realmente un interés, el suyo propio. Afortunada la sociedad en la que mandan egoístas como tú y como yo; tendría que renegar de sí misma si se indignara por ello. La denuncia es: falta fantasía, sobra diletantismo, reina un continuismo sin ton ni son, el empecinamiento, la consunción y, sobre todo, la corrupción.