Como resulta bien sabido por los que actúan en el gran teatro del agua se denomina Efecto 80 a la disminución de los recursos hídricos que se viene observando desde 1980.
Que los recursos hídricos han disminuido en las últimas décadas en nuestro país resulta un hecho incontrovertible. Pero sus causas son motivo de amplios debates y discusiones ─en ocasiones pintorescas─ entre especialistas de las ramas más diversas del gay saber del agua. A unos les gustaría que la disminución tomase causa de las materias propias de su especialidad, a fin de subrayar la importancia de lo suyo. Otros, en el papel de negacionistas, afirman seriamente que se trata de fenómenos largos pero pasajeros de sequía, basándose, entre otras sinrazones, en las series de los niveles del Nilo de tiempo de los faraones. Los fanáticos de las presas y trasvases encuentran en el efecto 80 argumentos justificativos para seguir con la política (arbitrista) de construcción de más presas a todo trance, así como para llenar los mapas con esquemas de trasvases que surquen de arriba abajo nuestra reseca piel de toro. Los más vocingleros claman contra los usos del agua en la cuenca del Tajo, sosteniendo que dichos usos atentan contra el sacrosanto Acueducto Tajo-Segura, la gran obra hidráulica española envidia de los países extranjeros, cuestión principal ─aunque disimulada─ del Pacto Nacional del Agua, tan cacareado ahora como solución a todos los males patrios del agua, que es tanto como decir los del sindicato de regantes murcianos y las subsiguientes empresas exportadoras de hortícolas. Pero, dejando a un lado las divagaciones liminares, nos centraremos en los argumentos que, prima facie, podemos considerar con más consistencia sobre el asunto.
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