Le corresponde al filósofo y médico británico John Locke (1632-1704) el justo título de padre del liberalismo clásico. Con toda claridad afirmaba que, en un Estado libre, el poder legislativo debería hallarse limitado, fundamentalmente en lo relativo al dictado de las leyes, las cuales deberían circunscribirse a reglas generales, igualmente aplicables a todos los ciudadanos.
Esta proposición ─sobre el carácter de regla general de la ley─ llegó a ser un principio del liberalismo: leyes universales, objetivas, permanentes, imparciales e impersonales, lo que justificaba su aplicación coercitiva.