Exceso estructural de regadío frente al déficit estructural del Segura
Crisis económica, déficit público, aplicación inmisericorde de políticas de austeridad para reducir el déficit. Por otra parte, se habla del déficit estructural en la cuenca del Segura, pero las recetas aplicadas no son reducir el uso del agua sino aumentar su disponibilidad. Conceptos distintos, que no se pretenden comparar; pero al ponerlos juntos, queda más en evidencia la irracionalidad de la gestión del agua, cuyos «ingresos» (aportaciones) dependen en su mayor parte de la naturaleza y en menor medida de la voluntad y rentabilidad de la desalación. Detrás hay una serie de estímulos que favorecen que la demanda de agua se mantenga o crezca.
No hay ninguna «fuerza» del mercado que favorezca que se riegue por debajo de la disponibilidad y sí para aumentar los regadíos. A nivel de productor individual, con el regadío va a tener más producción, por lo que si se le dan facilidades, va a tender a transformar la explotación en regadío. En los años de abundancia ─vacas gordas─ no hay problemas en atender los regadíos existentes, hay sensación de embalses llenos e incluso algunos vertidos en avenidas en los que «se tira agua». En esos momentos no hay preocupación por la sequía, que se ve como algo del pasado. Las presiones por todos lados son aumentar el regadío. Estar alineado a favor da mayor rentabilidad política que plantear soluciones adecuadas y sostenibles. Por otra parte, el exceso de oferta hace caer el precio unitario de la producción, lo que impulsa al regante individual a aumentar más su producción ─mayor consumo de agua─ para compensar la caída del precio.
Cuando llegan las vacas flacas, como ahora, la producción baja y los precios suben. En la entrada «Las mentiras del trasvase Tajo-Segura: la desconexión entre ingresos y agua trasvasada» se muestra como el PIB de la agricultura de Murcia no es proporcional al volumen trasvasado. Incluso recoge como un estudio de la Universidad de Cartagena y patrocinado por el SCRATS («El regadío en la Región de Murcia. Caracterización y análisis mediante indicadores de gestión») refleja una mayor rentabilidad en los años secos que en los húmedos (2,78 €/m³ del año seco frente a 1,87 €/m³ del año húmedo). En la escasez, la presión es mantener el regadío, puestos de trabajo, etc.
Si por arte de magia se pudiera eliminar el regadío que sobra, mientras se mantengan el resto de factores se volverá a crear por otros lados. Incluso sin necesidad de aumentar superficies. Se pueden producir alimentos sin necesidad de suelo (cultivos hidropónicos), sin necesidad de sol (sustituido con lámparas y calefactores), sin respetar los ciclos anuales (varias cosechas) e incluso con mejores condiciones atmosféricas (aporte externo de CO2).
En función de cómo se plantee el problema, así serán las medidas propuestas. Al plantearse como «déficit estructural» con la máxima de mantener los usos, las medidas pasan por aumentar el recurso disponible que, dejando aparte danzas de la lluvia y similares, son: más embalses, más trasvases y más desalación. Con una regulación muy alta, los nuevos embalses apenas van a aportar más recursos (comprar más huchas no significa tener más dinero). Por más que la propaganda del SCRATS y afines quiera inculcar lo contrario, en la práctica no hay posibilidad de un nuevo gran trasvase al Sureste que sea viable ambiental, social y económicamente. Y el que existe, el trasvase Tajo-Segura, ha demostrado ser un gran fracaso, pues no sólo no ha disminuido el déficit que había en el Segura cuando se planteó, sino que lo ha aumentado y enquistado; eso a costa de grandes subvenciones, graves afecciones ambientales en el Tajo y en el Segura y aniquilación del marco socioeconómico de los municipios ribereños de los embalses de la cabecera del Tajo. La alternativa que queda es la desalación, divinizada y denostada, prisionera de debates artificiales (trasvases frente a desaladoras, obras faraónicas, etc.); objetivamente es la tecnología que disponemos para «generar recurso», pero no es una solución mágica, sino que ha de plantearse con todas sus ventajas e inconvenientes, con la máxima transparencia y siendo conscientes de sus subvenciones directas y encubiertas. Ante el mantenimiento de la premisa y el fracaso de las medidas, la salida en la práctica es llevar la sobreexplotación al extremo, tanto de los cauces naturales como de los acuíferos; en el caso de la cuenca del Segura esta sobreexplotación se «exporta» a la cabecera del Tajo.
La alternativa es plantear el problema como un «exceso estructural del regadío». Su solución no compete a la política del agua, sino a la agraria. Es la que ha de establecer los medios para revertir los «estímulos» que provocan el crecimiento del regadío y lo lleve a un marco de sostenibilidad. La política del agua se ha de centrar en el agua, en la que el regadío no ha de ser un condicionante a satisfacer, sino una presión que ha de ser minimizada. En relación al regadío, no ha de plantearse como la búsqueda insaciable de recursos, sino en la fijación de los límites de agua que pueden ser extraídos y en qué condiciones, ya sea en sequía o en abundancia.