Mi compañera del ministerio Ad_ministra, al final de su entrada «La burbuja explosiva de las aguas subterráneas. 1ª parte: la llanura de Albacete» me ha emplazado a relatar una segunda parte de la burbuja. Como nos encontramos por tierras cervantinas, no estará de más recordar aquello de «segundas partes nunca fueron buenas». No obstante, por caballerosidad, me pongo a ello.
Resultaba deprimente recorrer la Llanura Manchega en el verano de 1987, en plena sequía. Los cauces de los ríos se encontraban desdibujados y aterrados, pues llevaban sin ver agua hacía más de 10 años. Las Tablas de Daimiel estaban calcinadas, pues el sustrato de turba había ardido en el incendio de septiembre del año anterior (Pequeña historia del trasvase Tajo-Tablas de Daimiel). Los Ojos del Guadiana se había secado y el río parecía simplemente un camino. Los edificios de molinos situados en los cursos de los ríos estaban en pura ruina. Por la llanura corrían matas espinosas mecidas por el viento, matojos a las que los paisanos llaman aliagas.
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