La última sequía en Madrid (2005-2006). Relatos impertinentes.
En el verano de 2005 se tomó conciencia en Madrid de tener una nueva sequía a sus puertas. El agua almacenada en los 14 embalses que abastecían la Comunidad, gestionados por el Canal de Isabel II, cruzaban la raya del 40% de existencias (hacia abajo, claro).
Madrid se decía por los cronistas de la Villa y Corte que estaba situada al borde del desierto. La pluviometría de la estación del Retiro venía a confirmarlo: sólo 430 mm de lluvia media anual, con frecuentes sequías en las que las precipitaciones anuales podían bajar a la mitad de la cifra anterior. El abastecimiento de los seis y medio millones de madrileños, la segunda zona industrial de España y la primera en la economía y los servicios, se encontraba amenazado. No era posible recurrir a la socorrida solución de las desalinizadoras de agua de mar; el mar madrileño por excelencia era el de Alicante, algo lejos para transportar el agua y con 700 m de diferencia de cota. O sea, Madrid es una isla en medio del desierto. Sólamente la Sierra del Guadarrama, tan admirada y cantada por los prohombres de la Institución Libre de Enseñanza, constituía históricamente su despensa hídrica. Pero la despensa se estaba vaciando.
La presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, avizoró rápidamente el lado político de la situación de la sequía. Quizá uno de los asesores le recordó que las últimas restricciones habidas en Madrid se habían llevado por delante al ministro-general Vigón en épocas pasadas (1965), dando paso al ministro-eficacia Silva Muñoz que con celeridad planeó la construcción de nuevos embalses en la Comunidad. A partir de las obras entonces realizadas (embalses de Pinilla, El Atazar, El Vellón, Valmayor, elevación del Alberche, plantas de tratamiento, abastecimiento de la Sierra, etc.), el Canal de Isabel II vivía de las rentas. Y Aguirre se puso diligentemente a «pasar a la historia».
Lo primero que hizo fue encargar a toda velocidad un estudio para construir nuevas presas en «su» territorio. Quiero decir en la Comunidad de Madrid. Pasando totalmente de la Confederación Hidrográfica, del ministerio de Cristina Narbona y del dominio público estatal. Y dio un plazo para definir las nuevas presas de quince días; nada de dejar que se recreasen los ingenieros que, como es sabido, suelen proyectar estos asuntos hasta minucias «americanas», de manera que luego se hacen innecesarios modificados y liquidaciones.
El estudio, muy completo, contemplaba hasta una treintena de posibles nuevos emplazamientos para otras tantas presas de embalse. Pero resultó un fiasco: no había prácticamente lugar en el que poner el ojo experto que no inundase una población o se llevase por delante un espacio natural protegido (abundantísimos, por cierto, en la Comunidad de Madrid). Además una cosa es la hucha (el embalse) y otra los caudales (el agua), pues no se gana nada con huchas más grandes si no circula más agua por los ríos. Se salvaron de la quema una propuesta de un embalse cerca del Tajo, por Colmenar de Oreja, con una presa de gran longitud cimentada en margas y yesos, con destino a los riegos, y el recrecimiento/reconstrucción del embalse de El Vado, en Guadalajara, pues la presa, cuya construcción fue afectada por la Guerra Civil y la posguerra constituyendo un auténtico collage de distintos momentos constructivos, tenía un hormigón que era arrancable con la mano. Cuando se le comentó esta situación a un ingeniero metafísico, se limitó a decir: «La madera muerta es la que sostiene el árbol».
Conscientes de las bajas posibilidades de ampliar la captación de los ríos, desde los años 90 el Canal había dirigido su atención hacia las aguas subterráneas, que llegaron a ser calificadas humorísticamente como «el quinceavo embalse del Canal», en recuerdo quizá de Javier Solana. Durante la sequía de los años 90, los campos de pozos existentes llegaron a proporcionar 80 hm³ en un periodo de 18 meses (campos de pozos de Fuencarral, Torrelaguna, Canales Bajo y Alto, Batres, …). Ahora se estaba tratando de incrementar estas captaciones.
La atención se centró en el denominado «Campo de pozos del Guadarrama», una idea surgida en un desayuno «de trabajo» en un bar de Navalcarnero, trazado en una servilleta de papel con manchas de tortilla. Se trataba de construir unos 30 pozos de captación a lo largo de un eje entre Villanueva del Pardillo y Navalcarnero, en el interfluvio entre los ríos Guadarrama y Alberche (en la que la urbanización no había explosionado todavía a efectos de disponer de terrenos), conectada con las plantas de tratamiento (ETAPs) de Majadahonda al norte y Griñón al sur. El objetivo era extraer unos 30-45 hm³ anuales dejando un periodo de tiempo doble o triple que el de bombeo para la recuperación del acuífero (Más información en «El campo de pozos del Guadarrama: un proyecto innovador del Canal de Isabel II para el aprovechamiento de aguas subterráneas», disponible dentro de la documentación del «III Congreso de Ingeniería Civil, Territorio y Medioambiente», celebrado en Zaragoza del 25 al 27 de octubre de 2006).
Para la «viabilidad técnico/económico/ambiental» del proyecto se tuvo en consideración la condición humana. Enseguida se contó con la unidad de proyectos a fin de que diseñasen un colector del agua de los pozos, al que denominaron pomposamente «arteria aductora troncal», de 56 km de trazado; se consiguió que el proyecto tuviese un presupuesto notable para interesar a las empresas constructoras (del orden de los 120 millones de euros); se movilizó a la unidad de expropiación de terrenos del Canal; se llevó a cabo el correspondiente Estudio de Impacto Ambiental que necesitó de dos DIAs, la autonómica y la estatal, dadas las malas relaciones políticas existentes entre Aguirre y Narbona; se planteó un estudio de investigación para las peculiaridades de incorporación de los pozos a la arteria con presiones variables en doble sentido; en fin, se movilizaron a favor del proyecto diversos intereses, pensando que de otra forma no podría salir adelante.
Capítulo aparte merece la solicitud de la Sociedad Estatal Aguas del Tajo (encargada de la contratación de la Arteria Troncal) de los fondos europeos para el proyecto. Se hicieron esfuerzos conjuntos entre esta Sociedad Estatal y el Canal para intentar demostrar a la UE que el proyecto era rentable. Pero Bruselas dabas largas y pedía más datos. La cosa se desbloqueó de una curiosa manera. Resultó que el encargado europeo de aprobar las ayudas era compañero de curso del ingeniero del Canal que llevaba el tema. El de Bruselas efectuó una visita a su compañero del Canal. En la conversación salió el tema del campo de pozos. El de Bruselas aclaró que la UE financiaba proyectos para combatir la sequía que, aunque razonables, no resultasen rentables, pues en otro caso se financiarían por el promotor con la garantía de las tarifas. Fue una lección para el Canal y la Sociedad Estatal, que apuntaban fuera de la diana. Las ayudas para el campo de pozos del Guadarrama se desbloquearon tras la conversación de los compañeros de curso. La UE aportó más de 50 millones de euros.
Pero el campo de pozos tuvo un suceso chusco. En el otoño de 2006, en el punto más crítico de la sequía, la ministra Cristina Narbona se decidió a inaugurar el campo de pozos por su cuenta, aunque se encontraba todavía muy alejado de su finalización. Como en la concepción y diseño del campo de pozos no había tenido nada que ver el ministerio, queriendo apropiarse la ministra del proyecto, la presidenta de la Comunidad se negó a asistir y boicoteó el acto. Bueno, lo que se inauguró fue una conducción a la que no vertía ningún pozo ni circulaba agua. Pero se citó a la prensa, que era de lo que se trataba. La cosa salió deslucida pues el día de la inauguración cayó una gran tormenta que comenzó a poner fin a la sequía.
Pero volvamos a la situación del otoño del 2005, cuando todavía quedaba un año de sequía. La Comunidad de Madrid promulgó un decreto de sequía y el Canal puso en marcha su protocolo ante esas situaciones. Tan desenfocado estuvo el decreto que prohibió regar los jardines con aguas de la red de abastecimiento, pero permitía/animaba a regar con aguas subterráneas, como si éstas no fuesen aprovechadas por el Canal e introducidas en la red de abastecimiento. ¿Creerían que las aguas subterráneas de los acuíferos de Madrid eran importadas del extranjero?
Pero los directivos del Canal estaban entonces más preocupados por al «percepción» del público votante que por atender los problemas de fondo; la mayor parte de las medidas que tomaron fueron de orden «político» y de propaganda. Se apartó a los técnicos expertos en la gestión de las situaciones de sequía y se puso la decisión de las operaciones en manos de siseñores sumisos sin experiencia en la gestión de situaciones comprometidas. Aunque contaron con el apoyo de los técnicos marginados, al poco de terminada la sequía los siseñores fueron cesados de sus puestos; una demostración más acerca de cómo paga Roma.
Aunque oficialmente se proclamó que gracias a la colaboración de los madrileños se había reducido notablemente el consumo, la realidad no fue así. La reducción se debió fundamentalmente al ahorro del ayuntamiento de Madrid en el riego de parques y jardines. Lo otro era literatura.
El director del Canal, Ildefonso de Miguel, llevó a cabo por entonces dos campañas «creativas». Una de ellas fue el intento de colocar un gran luminoso en la plaza del Callao que mostrase el consumo de agua en tiempo real de la Comunidad de Madrid. Quería que figurasen los litros para que se viese que los dígitos correspondientes corrían «echando leches». Cuando se le señaló que, en la Comunidad, en un segundo se consumían del orden de 15 000 litros y que no se verían pasar ni los litros, ni sus decenas, ni sus centenas ni tampoco los millares, se quedó mohino mostrando su desprecio al contador de velocidades.
La segunda campaña «creativa» también fue chusca. La genial idea consistió en cambiar las tapas de registro metálicas circulares del Canal que existen en todas las calles de Madrid capital, por otras similares pero de color azul, color corporativo del Canal. Pero el alcalde Gallardón se opuso, considerando que las tapas metálicas de los distintos servicios tenían que ser grises, excepto las rojas de los bomberos, para poder identificarlas con facilidad. El director del Canal no atendió a esas razones y contrató a una empresa particular que iba sustituyendo tapas grises, que guardaba en un almacén, por azules. Pero Gallardón procedió a la inversa: contrató a otra empresa que iba levantando las tapas azules del Canal, las sustituía por grises y almacenaba las azules en los almacenes de la Villa. Al cabo de un tiempo ambas contratas se encontraron en su poder con un número elevado de tapas «del contrario». Alguien no exento de sarcasmo propuso el intercambio de municiones para poder seguir la guerra de las tapas de los registros. Como suele suceder con los mediadores, no le hicieron caso, y la guerra continuó algún tiempo más, se supone que hasta el agotamiento de los fondos de los correspondientes contratos.
En la primavera de 2006 continuaba la bajada de las reservas de los embalses del Canal, descendiendo del fatídico 40% de capacidad en ese año, umbral psicológico de alarma. Entre Aguirre y Narbona se desató una guerra de papel (de periódicos) por ver cuál de las dos damas aportaría más agua para el abastecimiento de Madrid. Raro era el día que no ocupaban los medios de comunicación pregonando cada una de ellas los inmensos volúmenes de agua que aportarían en el futuro para el abastecimiento de la Comunidad. Los técnicos del Canal, aun en medio de una sequía, comenzaron a agobiarse pensando en los problemas que les ocasionaría gestionar esa inundación de agua política.
Las cuentas que llevaban a cabo las damas era de aurora boreal, pues sumaban alegremente peras y manzanas, por ver quién se quedaba encima engañando a los semi-ilustrados votantes; por ejemplo: concesiones de 100 hm³/año en el Alberche, sin distinguir entre derechos y agua real, pues el Alberche se encontraba agotado; captaciones directas del río Tajo (40-60 hm³/año), sin reparar que se necesitaba construir infraestructuras (entre otras cosas una planta de tratamiento con membranas ante la mala calidad del agua); captación en el río Sorbe, cuando era sabido que dicho río corría a los postres, es decir, cuando ya se había acabado la sequía; campo de pozos del Guadarrama, sumando 30-45 hm³ todos los años, sin tener en consideración los necesarios tiempos de recuperación; escasos volúmenes captados del río Tajuña (unos 12 hm³/año, que han resultado imposibles para el Canal por no llegar a acuerdos para su explotación con Castilla-La Mancha; agua regenerada para el riego de jardines en varias poblaciones, sin tener en consideración que había que construir los tratamientos y las redes separadas necesarias; etc. Todo ello era un mero fuego de artificios. Vergonzoso por su poca o ninguna seriedad.
Pero el final superó todo lo imaginable. Hacia el verano de 2006, Aguirre viajó a Israel y allá «compró» dos ideas deslumbrantes. La primera fue bombardear las nubes para provocar la lluvia artificial. Le vendieron que con las técnicas de aquel país se lograría incrementar la precipitación en un 30%. Aguirre vio el cielo abierto. Para ello no necesitaba pedir permiso del malhadado ministerio de Narbona. Podría hacer en su territorio lo que le viniese en gana. Proclamó el proyecto a los cuatro vientos. Algún periódico, no sin cierto sarcasmo tituló la noticia: «Aguirre quiere bombardear El Atazar». Los técnicos de presas del Canal comentaron entre dientes. «Lo que le faltaba a esa presa: ¡un bombardeo!». El desengaño llegó cuando se enteró de que necesitaba permiso del ministerio para «alterar la fase atmosférica del ciclo hidrológico». No cesó en el empeño, pero el proyecto se quedó en una zapateril «inspección de nubes».
El segundo proyecto también tuvo su origen en la fructífera visita a Israel: la recarga artificial de acuíferos. Por una parte, esta segunda idea la enlazó Aguirre con la anterior, tal como la interpretó uno de los periódicos de mayor circulación nacional: después del bombardeo de la lluvia artificial sobre el embalse de El Atazar, los volúmenes se hacían pasar a un gran depósito subterráneo, a modo de gran caverna, pero construida artificialmente como Dios manda. Es lo que se llama oír campanadas y no saber dónde tocan.
Para vender a la prensa esta segunda genialidad, Aguirre hizo construir una maqueta de gran tamaño. Consistía en un tubo de plástico ranurado de gran tamaño rodeado concéntricamente de una capa de gravilla. Se llenaba el tubo de plástico de agua que pasaba lentamente por las ranuras a la gravilla del contorno; luego con una bombita se vaciaba el tubo de plástico y el agua regresaba lentamente de la gravilla del contorno al tubo de plástico. Los periodistas se quedaron alucinados. Cuando acabó la «demostración» ante los asistentes ─que no entendieron nada─ los artistas que habían realizado aquel adefesio lo ofrecieron cortésmente a los técnicos de aguas subterráneas para que lo custodiasen para admiración de las futuras generaciones. Los técnicos agradecieron la cesión de la maqueta… y la mandaron directamente «a vertedero».
La sequía finalizó con un temporal en el otoño de 2006 y, a la par, acabaron las cuentas del agua, los cuentos de lo mismo, las ideas creativas y las otras. Todo quedó en stand by, que dicho así, queda fino. Quizá fue una pena, pues mientras duró la sequía, la situación resultaba divertida para «el cotarro». ¿Volverá la guasa en la sequía que ahora hace ver su pico y uñas con doña Isabel y la otra doña Cristina como relevos?