Aproximación a la metafísica de la corrupción
Buena la han montado entre mi compañero y amigo Santiago y quién se esconde detrás de El Mengue, diablillo díscolo y arrebatado, pero certero en sus comentarios a la entrada «Después del saqueo del Canal de Isabel II (caso Lezo), ¿qué rumbo tomar?». Ellos dicen estar indignados y a mí me han dejado estupefacto por lo que cuentan, pues no se trata sólamente del saqueo de la empresa pública Canal de Isabel II por los imputados en el «Caso Lezo», sino del saqueo a los ciudadanos llevados a cabo por las instituciones. ¿Cómo es esto posible? No solamente han puesto a los zorros al cuidado del gallinero, es que los zorros se llevan los huevos y se los comen en un ático de Panamá. Bertolt Brecht decía que «robar un banco es delito, pero más delito es fundarlo». Aquí podríamos decir que el peligro para los ciudadanos no son los ladrones, sino los gobiernos.
En 1965, Jesús Torbado ganó el premio de las letras «Alfaguara» con su novela «Las corrupciones». Describía la corrupción de las ilusiones y sueños de un joven protagonista, hasta que llega a justificar las corrupciones sociales; es decir, madura. Quizá la justificación de las corrupciones sociales sea uno de los mayores peligros de nuestra «sociedad civil», en la que se difuminan los límites entre lo permitido y lo prohibido. Como antídoto conviene recuperar un texto de 1998 referido a la corrupción política/económica/social anterior y precursora de la Gran Recesión de 2008:
«Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder. El riesgo es mínimo. Lo avalan premios Nobel de Economia, periodistas financieros de prestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida solvencia (…)
Y esto, señores, es Jauja. Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía sus fallos, y que lo del alto riesgo no era una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad. Y entonces todo el tinglado se va a tomar por saco. Y esos fondos especiales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economía mundial, muestran su lado negro. Y entonces, oh prodigio, mientras que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con el dinero de otros, resulta que las pérdidas, no. Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esos pijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran al Monopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros. Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia, con fondos de salvación para evitar efectos de dominó y chichis de la Bernarda (…)
Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el panorama que los amos de la economía mundial nos deparan, con el cuento de tanto neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de tan poca vergüenza»
Pero desgraciadamente no se trata sólo del dominio económico por los amos del mundo. Existe otro dominio casi peor: el dominio de las conciencias o, si ustedes lo prefieren, de las voluntades o, todavía mejor, de los votos. Pues se trata de eso, de mandar en todos los cotarros.
La novela «1984» de George Orwell (1949) sobre los totalitarismos, tiene su actualización en «El Palacio de los sueños» (1981) del albanés Ismail Kadare, premio Príncipe de Asturias de las Letras 2009. Se podría interpretar que la novela de Kadare trata del resurgir neoliberal de las inquisiciones a favor de las nuevas TICs y la globalización:
Al palacio de los sueños llegan todos sueños de los súbditos del imperio, controlados por un poder central (…) En el Palacio se estudia cualquier síntoma de disensión o ruptura. Los sueños son catalogados por peligrosidad y los enigmas que plantean son estudiados por investigadores de Palacio. El protagonista de la historia entra a formar parte, tras un largo periodo para conseguir el ingreso, de los trabajadores del Palacio, y lentamente va ascendiendo en la jerarquía».