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A finales de los años 60 del pasado siglo, Jean-Jacques Servan-Scheiber publicó «El desafío americano» (1967), libro que entonces encontró una amplia difusión y un encendido debate. Su tesis principal era un aviso del retraso que estaba experimentando Europa Occidental respecto a EEUU, sobre todo en el campo científico-tecnológico y en los métodos de organización empresarial.
El tiempo no ha sido benévolo con esta obra de pensamiento. La realidad se ha alejado velozmente de sus profecías, sobre todo en relación con el desarrollo de las sociedades socialistas y de las técnicas de planificación económica. Pero, no obstante, Servan-Screiber es un notable pensador que no se suele ir de vacío. Merece la pena rescatar algunas de sus ideas, sin necesidad de seguir sus textos rigurosamente, sino haciendo de ellos una relectura libre cuando sea necesario. Veamos.
«La izquierda lleva dentro de sí una contradicción que constituye su valor y es, al propio tiempo, causa de sus dolencias. Mientras la derecha sigue los relieves de la Historia y sus líneas de pendiente, la izquierda se encuentra, por naturaleza, dividida entre la oposición y la responsabilidad. Tiene obligación de rechazar la sociedad tal cual es, pero no puede negarla. Debe levantar utopías, sacar de éstas el valor necesario para remontar obstáculos al parecer invencibles, fijar hitos lejanos que la orienten en su actuación diaria, tomar distancias en vista de un presente que no la satisface. Sin embargo, es preciso que tome en cuenta este presente.»
«…los comunistas se creen autorizados a obrar, o al menos a hablar, como si todo fuera posible a la vez: elevación de salarios, reducción de la jornada de trabajo, disminución de los impuestos, aumento de los gastos. (…) Por el pensamiento, la izquierda revolucionaria moraba en el futuro o en el sueño, como la derecha habita en el presente. A partir del momento en que la revolución ─como ocurre, al menos, en los paises industrializados─ se hace, a la vez, impracticable e inoportuna, la tarea de la izquierda se complica.»
«La izquieda se ha dejado desequilibrar por la oposición. Su justificada crítica del capitalismo ha degenerado en culto a la burocracia. Su justificada acusación contra el autoritarismo se ha desviado en apología del poder débil. (…) La afición a las soluciones burocráticas y la predilección por un poder débil son rasgos en apariencia contradictorios. Pero ambos contribuyeron a menoscabar el papel de la libertad y de la voluntad humana en el funcionamiento de nuestra sociedad. El primero favoreció la eliminación de la competencia, de la iniciativa y del riesgo, excesivamente consentido por nuestras dinastías burguesas. El segundo impidió que el Estado llevase nuestro sistema económico y social al grado de eficacia y de justicia que hubiera debido alcanzar si las intervenciones públicas hubiesen sido mejor calculadas y menos discontinuas.»
Aquí Servan-Screiber nos enseña la oreja de una de las cosas más queridas en la Francia en aquellos tiempos (1967): los Planes de desarrollo, que tanta influencia tuvieron en los tecnócratas españoles del Opus al mando de López Rodó. Pero antes de ir a esta nueva cuestión de la planificación, recogeremos un curioso párrafo de Servan-Screiber escrito ─repetimos─a finales de los 60 del pasado siglo, cuando España se encontraba bastante lejos de incorporarse a la entonces Comunidad Económica Europea.
«El final feliz no está garantizado en absoluto. Si Europa tiene hoy más riquezas a su disposición que en ningún otro momento de su historia, la desigualdad de las rentas se ha acentuado, en cambio, desde hace diez años. El progreso económico, cuando no es dominado, consolida a los fuertes y debilita a los débiles. Hace una bola de nieve con la riqueza y deja detrás de sí, incluso en los países más prósperos del mundo, inadmisibles manchas de miseria.»
Pero mucho más tarde, Thomas Piketty, en su famosa obra «El capital en el siglo XXI» (2014), demostraría con abundancia de datos, que las décadas de los años 50 y 60 en Europa constituyeron el periodo durante el cual más se redujeron las desigualdades económicas. Lo peor ─que ya intuía Servan-Screiber─ estaba aún lejos, en el siglo XXI, pero no adelantemos acontecimientos.
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