Reflexiones políticas sobre la izquierda, la desigualdad, la planificación y otras entelequias (y 5ª parte)

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En las anteriores entradas de esta serie se analizaba la trinidad constituida por la izquierda, la desigualdad y la planificación. Ahora llega el momento de la síntesis, como broche de cierre. Pero antes dedicaremos unas líneas a la desigualdad, que ha sido algo relegada respecto a las otras dos entelequias con las que forma la «troika» del título.

Somos el 99 por ciento (Now are the 99%) fue el lema político usado inicialmente por el movimiento Occupy Wall Street, como protesta ante el malestar causado por la acumulación creciente de ingresos y riqueza en manos de una élite o superélite de los más ricos, el 1%, el 0,1% o para Ari Berman el 0,000003% de los más ricos. Este movimiento tuvo su reflejo en España con el movimiento 15-M, los Indignados o la constitución del partido político Podemos.

Para Paul Krugman (premio Nobel 2008), el origen de la enorme distancia entre los más ricos y el resto de la población se encontraría en La Gran Divergencia económica y social, que se inicia en la década de 1970 y se muestra con especial crudeza en la Gran Recesión de 2008.

Quizá ha sido Thomas Piketty, con su libro El capital en el siglo XXI (2013) quien ha agitado las quietas aguas del conformismo de los ciudadanos ante el aumento de las desigualdades económicas y sociales. Prueba de dicha agitación es muestra palpable los calificativos de neomarxista con los que su trabajo ha sido furibundamente obsequiado. Se trata de un libro muy extenso y con gran aparato de datos estadísticos, por lo que se recomienda al lector interesado el resumen del sueco Jesper Roine Piketty esencial (2014), de sólo 138 páginas.

Las estadísticas que presenta Piketty muestran que en un conjunto de países, entre los que destaca Francia, EEUU y Suecia, los ingresos (sueldos más rendimientos del capital) del 10% más alto de la población, medidos en porcentaje sobre la totalidad de ingresos de la población, presentan una forma de U entre 1900 y 2010. De manera que comienzan el siglo XX con una proporción del 40-50% sobre el total de los ingresos hasta finales de los años 30, caen bruscamente hasta poco más del 30% con motivo de la depresión económica de los años 30 y la II Guerra Mundial, manteniéndose en esa cifra entre 1950-1980, fecha a partir de la cual se inicia un ascenso hasta las fechas actuales.

Hacia 2010, el 10% más rico de los EEUU (modelo anglosajón) habían recuperado su participación en los ingresos totales (cerca del 50%) similares al que existía hacia 1920 y seguía creciendo, lo que mostraba la mayor concentración de ingresos que se estaba produciendo en dicho país. En cambio, en Francia (modelo mediterráneo) no se apreciaba esta subida, manteniéndose en poco más del 30% los ingresos del 10% más rico. En Suecia (modelo nórdico) la participación del 10% más rico en los ingresos totales era la más baja: no llegaba al 30%, pero estaba creciendo rápidamente.

Piketty repite el ejercicio considerando únicamente el 1% de los mayores ingresos. Las curvas obtenidas son análogas, indicando la mayor concentración de ingresos en ese percentil, pero con una salvedad: en EEUU el 1% de mayores ingresos es el responsable de la mayor concentración. De los ingresos totales que recibe el 1% , el crecimiento en los últimos años se debe en su mayor parte a los ingresos salariales. Los directores financieros, gurús, despachos de abogados, directores de bancos y de empresas, brokers, gestores de fondos de inversión, etc. son los que producen mayores desequilibrios en los ingresos totales. Los ingresos procedentes de rentas del capital en 2010 oscilan entre poco más del 10% en EEUU y del orden del 25% en Francia.

La conclusión que podemos obtener en cuanto a la distribución de ingresos y de riqueza (todo aquello que posee el sector privado susceptible de transacciones) es que las desigualdades económicas eran muy altas a principios del siglo XX, disminuyeron bruscamente con la Depresión económica y la II Guerra Mundial, se mantuvieron en el periodo 1950-80 y han vuelto a subir hasta alcanzar en EEUU la situación de 1920. En Francia y Suecia (modelos mediterráneo y nórdico) también han crecido desde 1980, pero sin llegar aun a alcanzar los niveles de 1920.

La pregunta que inevitablemente hay que formular llegados a este punto es doble: por una parte, ¿cuáles son las causas de la desigualdad y su relación con las crisis económico-sociales mundiales?; por otra parte y a la vista de la respuesta a la anterior cuestión, ¿cuál es la proyección sobre el futuro? Con toda modestia, que en estos casos siempre resultará escasa, abordaremos estas cuestiones que, como diría Ortega son, ni más ni menos, que «el tema de nuestro tiempo».

A finales del siglo XIX y principios del XX se produce una fuerte acumulación de capital por el desarrollo capitalista, aumentan las desigualdades económicas y sociales, se forman y fortalecen los sindicatos y crece el malestar político. A nivel económico se trata de la primera globalización, con libertad de movimientos de capitales que intentan sacar el máximo rendimiento de las colonias. La I Guerra Mundial lleva consigo la revolución soviética y perturbaciones económicas en Europa, sobre todo en Alemania (hundimiento del marco).

En EEUU se produce una burbuja especulativa. Los ciudadanos compran acciones a crédito sobre minas inexistentes o terrenos pantanosos, que venden al poco tiempo con pingües beneficios. Como no podía ser de otro modo, la burbuja termina estallando, crack del 29, poniendo fin a la fiesta. Caen en picado los ingresos de las élites y aumenta el paro de los trabajadores. Se erigen barreras arancelarias (España llegó a ser el de mayores aranceles después de EEUU) y suben al poder los movimientos totalitarios en Alemania, Italia y otros muchos países.

La izquierda (tomada en sentido amplio) aporta como soluciones, por una parte la planificación centralizada en la URSS y las ideas keynesianas en EEUU. En 1928 se pone en marcha el primer plan quinquenal soviético. Strumilin, hombre central del mismo, sentenció: «la planificación debe considerarse como un tipo especial del arte de la ingeniería, no como una ciencia en el sentido de la palabra». Entre los primeros planificadores se encontraban figuras como Kondrátiev, autor de la teoría de los ciclos largos del desarrollo económico, primero encarcelado, después declarado traidor y finalmente fusilado en 1938, y Leontieff (tablas de input-output), pronto huido a los EEUU. Los primeros planes quinquenales hicieron de la URSS una de las dos grandes potencias industriales del mundo.

Después de la II Guerra Mundial, tras los acuerdos de Bretton Woods, se pone fin a la política proteccionista, se adopta el librecambismo, y se crean organismos financieros como el FMI y el Banco Mundial, que logran dar estabilidad a la economía durante décadas basados en las ideas de Keynes. Se implanta el dólar como moneda de reserva, con cambio fijo respecto al oro.

En política se imponen las ideas de la socialdemocracia (en sentido amplio) aceptadas en su mayor parte por la democracia cristiana, con la implantación progresiva del Estado de bienestar, tanto por la exigencia de los ciudadanos y sindicatos como ante el temor a la propagación de las ideas comunistas imperantes tras el telón de acero. En Francia y otros países se adopta una planificación indicativa. Con todo ello bajan las desigualdades sociales y se consigue un periodo de crecimiento y baja conflictividad social. La tasa marginal de impuestos sobre el ingreso llega a situarse en 80-90% (EEUU y Suecia).

La decisión del presidente Nixon de suspender la convertibilidad del dólar en oro en 1971, presionado por los gastos de la guerra de Vietnam, así como las crisis del petróleo de 1973 y 1979 y la inflación generalizada, ponen fin al modelo keynesiano en el mundo occidental. Se produce la situación de estanflación: estancamiento con inflación. Los economistas comenzaron a cuestionar las políticas keynesianas, argumentando no solo cuestiones económicas, sino también factores sociopolíticos, como la falta de incentivos para las personas emprendedoras, la restricción de las libertades individuales y la escasez de productos o servicios altamente demandados por la población. Todo esto llevó al nacimiento de una nueva corriente socio-económica: el neoliberalismo, que alcanzaría su apogeo en la década de los años 90. Convierten al empresario (sin distinguir el emprendedor del especulador) en un ser mítico y al mercado en una divinidad.

Los antecedentes del neoliberalismo se pueden encontrar en Hayek (Camino de servidumbre, 1944), pero su mayor profeta han sido Milton Friedman al frente de la Escuela de Chicago. Los gobiernos de Thatcher en Gran Bretaña (1979-90) y de Reagan (1981-89) en EEUU impusieron mundialmente la nueva doctrina. Se cuestiona el Estado de bienestar, se establece la Organización Mundial de Comercio en 1995 para la liberalización del comercio mundial, y se anula en la práctica el papel de los sindicatos. Las tasas marginales del impuesto sobre los ingresos descienden a un 40-50%. Aumenta la elusión y la evasión fiscal, así como la proliferación de los paraísos fiscales. La élite económica se resiste a pagar impuestos y convence a las clases medias en el mismo sentido. Warren Buffet, uno de los mayores inversionistas del mundo, llegó a decir: «La guerra de clases existe… y la estamos ganando los ricos». La desigualdad de ingresos y de riqueza comienza a crecer a buen ritmo a partir de 1980.

La desregulación del movimiento de capitales provocó movimientos especulativos sobre la moneda de determinados países en la década de los años 90 (sudeste asiático, Japón, Brasil, México, Argentina…). EEUU encontró la forma de enjugar su déficit poniendo en el mercado ingentes cantidades de dólares, que son aceptados por los países emergentes como moneda de reserva para ponerse a cubierto de movimientos especulativos con sus monedas. Se crearon imaginativos productos financieros derivados bajo la rúbrica de cobertura de riesgos, que son exactamente lo contrario. La economía especulativa (llamada también financiera) se despega de la economía real: las empresas no financieras encuentran más rentable invertir sus fondos en productos financieros que en su propio negocio. El dinero se utiliza para ganar dinero en lugar de financiar la economía real. Se forma una enorme bola de nieve de créditos para adquisiciones inmobiliarias. Se dice que «los ciudadanos de EEUU se hacen ricos vendiéndose casas unos a otros con el dinero de los chinos».

Lo que tenía que pasar llegó en 2008: el estallido de la burbuja y la entrada en la Gran Recesión. Al poco tiempo, las autoridades de la economía mundial reconocieron que había que introducir modificaciones en el sistema financiero mundial, pero…no se ha hecho nada. Los capitales financieros/especulativos siguen moviéndose a su albedrío; los paraísos fiscales siguen existiendo; los Estados soberanos tienen las manos atadas respecto a los fondos de inversión y las empresas multinacionales. Sin embargo, se recurrió a los Estados para salvar el sistema financiero, seguir alimentando la maquinaria de los créditos con objeto de tapar los agujeros del sistema. Aumentaron las desigualdades a favor de las élites; los directivos de las entidades financieras, en su mayor parte no sólo no pasaron por los tribunales de justicia; al contrario, aumentaron sus salarios. Aumentó el paro, la precariedad, se congelaron las pensiones y se puso en duda su continuidad. A pesar de ello, la derecha aumentó su poder apoyada por unas campañas de agit-prop diseñadas por profesionales creativos y alimentadas generosamente por fondos procedentes del empresariado. La izquierda tradicional se acomodó contentándose con el papel de comparsa en cuarto menguante. Surgen movimientos políticos que prefieren la protesta a la responsabilidad de gobierno.

Ante esta evolución, ¿qué cabe esperar hacia el futuro? ¿Creemos, de verdad, que se ha cerrado la crisis que comenzó en 2008 o habrá, por el contrario, una nueva reactivación de la misma? ¿Se ha corregido algo de las causas que dieron lugar a dicha crisis? Keynes ya alertó sobre los peligros de que los capitales pudieran moverse libremente fuera del control de los Estados soberanos. Alguien afirmó que en tiempos de bonanza tendemos a ser friedmanianos y en tiempo de crisis keynesianos. Pero con ello no se atacan las causas de los problemas de fondo, se limitan a poner parches. La vieja planificación, como arte de racionalización de medios y procedimientos para alcanzar fines prefijados, ha quedado arrumbada, sustituida por el albedrío de unas élites económicas insaciables escudadas tras los falsos dioses del mercado.

Como cierre del círculo, el presidente Trump acaba de anunciar (marzo 2018) el levantamiento de barreras arancelarias para el acero y el aluminio. La Comisión europea, por su parte, anuncia represalias en la misma línea. Ciudadanos de varios países achacan los males a los inmigrantes, propugnando el cierre de fronteras. ¿Acaso estamos volviendo a la situación de finales de los años 20 y 30 del pasado siglo? ¿Será esto un dejà vu? Pues solo hace falta seguir la historia para profetizar los siguientes pasos si no se restaura la racionalidad.

Conclusión. Cuando en el mundo se han impuesto las tendencias de la derecha liberal (principios del siglo XX) o neoliberal (desde 1980) ha crecido la especulación, las ganancias fáciles, el aumento de las desigualdades económicas y sociales, las pérdidas de derechos sociales, las alteraciones políticas con restricciones de la libertad y, finalmente, los periodos de crisis y recesión. Por el contrario, cuando han dominado las ideas socialdemócratas (incluso demócrata-cristianas), periodo 1950-80, ha habido progreso económico y social, disminución de las desigualdades y aumento de los derechos sociales. Sin embargo, las izquierdas moderadas en las últimas décadas, después de consumar su programa del Estado de bienestar han quedado perdidas, con sus dirigentes acomodados, sin programas políticos con gancho. Los partidos conservadores, por el contrario, apoyan sus éxitos en un gran aparato propagandistico, bien engrasado económicamente, con profesionales bien pagados, y con el apoyo de las élites beneficiarias de las crecientes desigualdades económicas y sociales. Saben recurrir a apelativos demagógicos que surten efectos entre los votantes. Tienen la habilidad de, primero, sembrar las semillas de las crisis y, posteriormente, saber imputarlas a la izquierda.

En definitiva, el «tema de nuestro tiempo» es un problema de conciliación, de armonización. Conciliar el libre mercado con la protección frente a monopolios, oligopolios y posiciones dominantes. Armonizar la iniciativa individual y la creatividad personal frente a lobbies o multinacionales que intenten imponer sus intereses. Dejar la libre iniciativa al mercado sin perjuicio de planificar las actividades que pertenecen a la esfera pública o al bien común. Conjugar unos impuestos justos y progresivas sin anular el emprendimiento personal, evitando elusiones y evasiones fiscales. Favorecer inversiones de capital internacional en la economía productiva manteniendo la soberanía nacional con objeto de impedir movimientos especulativos de corto plazo. Impedir los productos financieros tóxicos y las posiciones a la corta o bajistas. Mantener la existencia regulada de algún país refugio frente a persecuciones políticas o de otro tipo (Suiza, p.ej.) impidiendo la proliferación de paraísos y limbos fiscales. Mantener el Estado de bienestar (educación, sanidad, seguridad social) y el crecimiento económico. Proteger los derechos de los trabajadores nacionales frente a deslocalizaciones salvajes. Impedir la precariedad laboral, sobre todo cuando se debe más a ideologías que a interese reales. Saber impulsar la educación para la nueva sociedad, incorporar las innovaciones y la robotización en la industria y en la agricultura. Poner el foco en las personas y no en el dinero, pero sin descuidar el PIB. Evitar las campañas electorales «a la americana» con predominio del dinero frente a las ideas. Etc., etc.

Y esto es, señores, en suma, es el difícil arte de la política.

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