www.abc.es(Noticia «Embalse de Finisterre: entre la demolición y la pervivencia»; ABC, 13/5/2018)
La cosa comenzó en una reunión…
Aquella mañana de finales de 1982 se celebraba una reunión en Toledo, en el despacho del Consejero de Política Territorial de Castilla-La Mancha, Amando García. El tema que se trataba era el embalse de Finisterre; se intentaba discernir por qué no recogía agua, cuando a partir del mismo se pensaba abastecer a la mitad de la provincia de Toledo. Se habían proyectado y construido siete ramales de conducciones partiendo del embalse, como las varillas de un abanico, que llegaban hasta Ocaña y Noblejas al norte, Madridejos y Consuegra al sur, Quintanar de la Orden al levante, y Mora de Toledo y Sonseca al poniente. Total más de 400 km de conducciones de gran diámetro, proyectadas para una población multiplicada por tres y un consumo unitario de agua también multiplicado por tres. El generoso proyecto multiplicaba por nueve las necesidades de abastecimiento de una región cuya población, hasta entonces, decrecía.
A la reunión, junto con el Consejero, asistía un ingeniero veterano de la Confederación del Tajo, Calvín, de tez gris verdosa, que era profesor de la Escuela de Caminos; otro ingeniero joven de la Confederación con oficina en Toledo, José Manuel Rodríguez, que pronto se iría al IRYDA; el ingeniero de la Diputación Provincial, Antonio Gómez Crespí, de exuberante personalidad y actividad en diversos campos técnicos, políticos y galantes; otro ingeniero del Servicio Geológico de Obras Públicas; y otros altos cargos de la Consejería, que no abrieron la boca al estar presente su jefe, el Consejero.
En el embalse de Finisterre se habían puesto grandes esperanzas para resolver ─de forma «definitiva»─ los endémicos problemas de abastecimiento de la mitad oriental de la provincia de Toledo. Cerca de 30 poblaciones se habían agrupado en una primera etapa formando la Mancomunidad de Abastecimiento del Algodor, con sede en Villacañas, la población más activa del conjunto. El proyecto del abanico de conducciones se había realizado por una ingeniería de prestigio. Se podía ver el tendido de las grandes conducciones a lo largo de las principales carreteras de la zona. El embalse, constituido por un «cerro» de materiales sueltos de 47 m de altura, terminado hacia 1977, tenía una capacidad máxima de 133 hm³ (el de mayor capacidad de la provincia de Toledo). En una de las laderas de la cerrada se construyó un depósito regulador al que se elevaba el agua y del que partía el abanico de conducciones. Se pensaba construir una ETAP para el tratamiento del agua en cabecera, antes de su distribución.
Al poco de comenzar la reunión, una secretaría reservadamente dio una razón al Conejero. Se levantó y fue a saludar, franqueándole el paso, a Manuel Diaz-Marta, veterano ingeniero regresado del exilio a España al principio de la democracia, diputado por el PSOE en las primeras elecciones al Congreso.
Después de los saludos de rigor, entramos en materia. Díaz-Marta, mirando a los ingenieros presentes, comentó ─con algo de acritud─ que cómo era posible que se hubiese hecho ese proyecto sin valorar previamente las aportaciones esperadas en el lugar del embalse. Los jóvenes, por boca del de la Diputación, expusieron que en la fecha del proyecto estaban estudiando en la Escuela de Caminos. Calvín, en su doble condición de ingeniero veterano y profesor de la Escuela, dando unos rodeos dialécticos, expresó que quizá se hubiese sobredimensionado el proyecto. Juan Manuel Rodríguez manifestó que en el proyecto las aportaciones se estimaban a partir de una sola fórmula; que él había aplicado posteriormente una serie de fórmulas que vienen en los libros de hidrología sobre la aportación que debería tener el embalse de Finisterre, y que le salían resultados dispares.
El del Servicio Geológico dijo que mejor que las fórmulas era hacer un reconocimiento de campo, viendo la cuenca y sus condiciones hidrológicas y geomorfológicas; después sería bueno llevar a cabo un modelo de simulación, ajustado con los datos reales disponibles, cosa que no se había hecho en el proyecto del embalse, y que podría dar luz sobre las aportaciones esperables en el futuro. A partir de ese punto, se podrían programar las actuaciones complementarias. Propuesta que fue aprobada sin oposición. A Díaz-Marta le pareció bien y dijo que eso se debería haber hecho antes.
…y siguió con una visita de campo…
A principios de enero de 1983 España sufrió una ola de frío siberiano. Los termómetros descendieron por debajo de 10 grados centígrados. Inmediatamente después de Reyes, los tres jóvenes ingenieros, bien abrigados y acompañados por los ingenieros técnicos Fernando Ruiz, de la Diputación (que decía que le encantaban estas visitas) y Emilio Cabrera, del Servicio Geológico, experto conocedor del campo y sus circunstancias, quedaron como punto de reunión en una cafetería de carretera cerca de Toledo. La tradición no escrita era que el último en llegar pagaba el desayuno. Desde ese lugar partió la comitiva de coches oficiales.
La cuenca del Algodor vertiente al embalse de Finisterre tenía una extensión reducida, unos 750 km². Al parecer, no había un solo pluviómetro en su territorio; los datos del más próximo, el de Toledo, no eran muy halagüeños, proporcionando una media de precipitaciones inferior a los 400 litros por metro cuadrado.
En los años habidos de funcionamiento del embalse, el agua no había alcanzado el desagüe de fondo, lugar que enseguida se utilizó irónicamente como cota de referencia. Tardaría todavía algún año en alcanzar dicha cota superando el llamado «embalse muerto»; hubo que instalar un pontón flotante para sacar por bombeo algún volumen de agua del embalse.
Al recorrer la margen izquierda de la cuenca, por una carretera que bordeaba un relieve montañoso, no muy destacado, de pizarras y cuarcitas fundamentalmente, se observó que a lo largo de muchos kilómetros no existía un solo pontón que evacuase las posibles escorrentías de la ladera bajo la carretera. Es decir, las escorrentías por ese lado eran muy escasas o nulas.
En cabecera de la cuenca se pudieron observar unas grandes balsas llenas de agua y con su superficie helada. El ingeniero de la Confederación dijo: «pues de presas de retenida y grandes balsas no se tenía conocimiento en la Confederación; habrá que mirar la foto aérea». Otro en plan filosófico hamletiano le contestó: «Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que conoce la Confederación». Y dicho esto, los asistentes pasaron a practicar el deporte de arrojar piedras planas rasantes sobre la capa helada, que rebotando producían sonidos de aves canoras. A cada sonido venían a decir: «¡La alondra!, ¡la calandria!», y así sucesivamente.
Restablecido el orden y la marcha, al pasar por un puente sobre el Algodor, situado aguas arriba del embalse, echaron pie a tierra, observando el hilo de agua del río y comentando la posible edad del puente, pues no tenía en sus tajamares marcas del paso del agua.
… encontrándose con un pastor y su rebaño.
En esto se aproximó un pastor que, con su rebaño, transitaba por el interior del cauce y se disponía a atravesar uno de los ojos del puente. «Ésta es la nuestra», dijo uno de los del Servicio Geológico y cogiendo el paquete de cigarrillos se fue a platicar con el pastor. Después de los protocolarios saludos y la observación del estado de ovejas y corderos con los comentarios correspondientes, pasaron a la cuestión. Preguntado el pastor acerca de si iba por ese camino con frecuencia, dijo hacer el mismo camino (por el cauce del río) todos los días. Que el puente era de la época de Primo de Rivera. Que había visto el río con bastante agua dos veces en su vida: en 1947 y cuando estaban haciendo la presa (década de los 70) que una crecida se llevó por delante la maquinaria de construcción. Que el agua se la quedaban los de las balsas de arriba para regar sus fincas y llegaba muy poca ─cuando llegaba─ al embalse. Que cerca del río había multitud de pozos excavados que «sangraban» al río para regar las pequeñas parcelas. Que no sabía cómo los ingenieros habían hecho una presa tan grande cuando no había agua. Total, un informe hidrológico completo, sin necesidad de algoritmos, fórmulas o ecuaciones, fotos aéreas, inventario de aprovechamientos, modelos fenomenológicos o conceptuales, análisis de sensibilidad y demás parafernalia. Alguien exclamó: «¡Ah, si los proyectistas en lugar de gastar tantas horas en sus zahurdas visitasen más el campo!».
Habiendo dejado listo el asunto para sentencia y viendo que se hacía tarde para el condumio, la caravana de coches oficiales tomó el camino de Los Yébenes, tierra de rehalas, donde dieron cuenta de unos platos de caza bien maridados. Después de una larga sobremesa con licores y habanos, al darse cuenta de que la noche se echaba encima amenazando nevada, dislocaron la reunión y volvieron a sus respectivos lugares de origen.
Datos del embalse de Finsiterre (del Inventario de Presas y Embalses):
Superficie de la cuenca hidrográfica 752 km² Precipitación media 416 mm/año Capacidad a Máximo Nivel Normal 133 hm³ Superficie a Máximo Nivel Normal 1297 ha
La cuenca del Finisterre no es «una cuenca de agua».
Ese fue el resultado de un modelo precipitación-escorrentía, cuyos parámetros se ajustaron para reproducir las aportaciones en el lugar del embalse y sobre todo los abundantes «ceros» de la serie disponible. Los resultados eran que «de vez en cuando» se presentaba un año lluvioso que podía aportar al embalse del orden de 40-50 hm³, seguido de bastantes años con aportaciones irrelevantes o incluso nulas. Como es natural, a las autoridades político-administrativas no les gustó este resultado y procuraron olvidarlo.
Pero la situación de desabastecimiento en numerosas poblaciones era perentoria, por lo que había que actuar sin retardo. El Servicio Geológico planteó una campaña de ejecución de pozos que, en su mayor parte fue financiada por la Diputación provincial, ya que ni la Confederación ni la DGOH estaban por la labor, absorbidos por la magnificencia del Trasvase Tajo-Segura, que había comenzado su explotación hacía poco tiempo y que absorbía sus complacencias.
Se perforaron pozos en Ocaña, Noblejas y Villarrubia de Santiago, en el aluvial del Tajo; en la estación de Tembleque, con el que se llenó el ramal Tembleque-Quintanar, conducción que por sus grandes dimensiones servía, a la vez, de depósito regulador; se hicieron perforaciones en Villacañas, Villa de don Fadrique, Quintanar de la Orden, Madridejos, Consuegra, Sonseca y otros lugares que se han olvidado. Gracias a estas actuaciones, muchas poblaciones de la Mancomunidad del Algodor pudieron superar el periodo de sequía en espera de una solución nuevamente «definitiva».
La solución actual se debe a Manuel Diaz-Marta, que logró convencer a los responsables que había que aprovechar las infraestructuras de abastecimiento trasladando la toma al río Tajo («donde había agua» , según solía repetir) y construyendo una ETAP en Noblejas, municipio de su gran colaborador el alcalde Agustín Jiménez. Ahora la Mancomunidad del Algodor incluye 45 municipios con una población total de unos 170 000 habitantes y una deuda de unos 35 millones de euros. Se abastece desde el embalse de Almoguera, aunque sus fuentes de suministro, conducciones de transporte y poblaciones incluidas en la Mancomunidad han ido aumentando con el tiempo.
El embalse de Finisterre ha quedado a modo de «pirámide faraónica». Revivió en 2013, pues se quería utilizar para almacenar el agua del Tajo en periodos de caudales abundantes y soltarlos para los riegos de Talavera en épocas de sequías. El objetivo de estos trajines era el de incrementar los trasvases al Segura desde el ATS, ahorrándose las sueltas de Bolarque con destino a los riegos de Talavera de la Reina. El problema surgió cuando se cayó en la cuenta que las inversiones de ese proyecto (bastante caro) tendrían que amortizarlo lo beneficiarios del Trasvase. No se ha vuelto a hablar del tema… por ahora…