Hidra, en su entrada «El problema del Trasvase no es de enfrentamientos regionales, sino de ética», ha efectuado una excelente descripción de la situación insostenible económica y ambientalmente, e insolidaria social y políticamente del trasvase Tajo-Segura. Cúmplenos por nuestra parte añadir tan solo unos comentarios.
Al parecer, tanto los mandamases de las comunidades de Murcia y Valenciana por un lado, como la de Castilla─La Mancha por otro, andan empeñados en denominar la situación conflictiva creada por el Trasvase como una «guerra del agua». Habría que recordar, como se ha dicho repetidamente, que en una guerra, la primera víctima es la verdad. Y es el caso del Trasvase, pues los dirigentes que se vienen beneficiando del mismo no vacilan en alterar, retorcer, despistar, sacar de contexto, imputar falsas razones a los otros, …, cuando no mentir descaradamente a sabiendas. Todo vale en una guerra. Pero ofenden a la inteligencia de los ciudadanos por encima de su partidismo. Las mentiras descaradas, sostenidas y exageradas corren el riesgo de terminar siendo un tiro por la culata.
Es curiosa la situación del Scrats. No se trata de una comunidad de regantes, pues no dispone de una sola concesión de agua. Solo tienen funciones de «representación». Son una corporación de derecho público … que defiende intereses particulares. Pero intenta dominar la política del agua de la región: solo hay que saber leer las memorias anuales que elabora.
Su presidente pone el grito en el cielo contra los supuestos antitrasvasistas: gente que se infiltra como el polvo en las habitaciones y osan discutir las sagradas verdades del Trasvase, proclamadas solemnemente por políticos a la caza de votos, ingenieros ingenuos, leguleyos picapleitos, periodistas de cabecera y otros corifeos, y también por alguna persona de buena voluntad, que de todo hay en la viña del Señor. Se sorprenden, incrédulos, cuando alguien osa poner «las peras al cuarto» a las afirmaciones sobre las bondades del Trasvase, obra nacida en tiempos en que no se permitía otra cosa que las verdades oficiales.
Su influencia se hace notar en asuntos tales como la batalla administrativa para que los usuarios del agua del Trasvase sean concesionarios de la cuenca del Tajo e intervengan (y dominen) sus órganos de participación pública en la gestión del agua. Ante todo y para aclarar las ideas al lector no avisado, se acompaña una figura con la situación relativa de la cabecera del Tajo, de donde arranca el Trasvase, y la cuenca del Segura. Como se puede observar, la unidad de cuenca, uno de los principios «sagrados» de la legislación del agua, queda rota, pues el hilo del acueducto, desde la cabecera del Tajo atraviesa las cuencas del Guadiana y Júcar antes de llegar al Segura. La cabecera del Tajo, como unidad hidrológica, queda separada de su cuenca y trasladada milagrosamente por los aires, hasta fundirse con la cuenca del Segura. La situación puede definirse como de «colonialismo hidráulico».
El lobby trasvasista pretendió dominar (y repartir) el agua trasvasada cuando los caudales procedentes del Tajo llegasen a la cuenca del Segura, sometiendo la Confederación del Segura a sus intereses. Al no conseguir la primera parte, se embarcó en un «proceso» para que la administración del Estado otorgase concesiones de aguas del Tajo a «sus» comunidades de regantes. Hasta ahora lo único que ha logrado es un peloteo de los expedientes de «Herodes a Pilatos».
Igualmente pretendió dominar a la Confederación del Tajo, consiguiéndolo durante muchos años, pues sus funcionarios seguían ─sorprendentemente─ sus indicaciones al pie de la letra, aun en contra de los intereses de la cuenca que administran. Asimismo ha dominado la Comisión Central que propone los trasvases mensuales, que se pliega a sus descarados mandatos.
Intentó que se le adjudicase directamente los posibles saltos de agua para producir energía eléctrica a lo largo del acueducto; no lo consiguió. Pretendió dominar la política de todas las aguas de la denominada «zona del trasvase», lo que ha conseguido casi totalmente, sometiendo a las anteriores comunidades de riego existentes en la zona a su querer y mandar, por su mayor poder económico y político. También quiso atar a su carro al sector exportador, pero este sector ha desdeñado el monopolio que pretendía el lobby trasvasista, provisionándose de productos agrícolas de otras zonas y países, dejando sus intereses comerciales al abrigo del fiasco del Trasvase.
Quiso ligar los intereses electorales de los partidos políticos a sus intereses particulares (lo que es bueno para el Scrats es bueno para Murcia, al modo de la General Motors), lo que consiguió plenamente. También ha querido implantar un «pensamiento único trasvasista» como seña de identidad regional o fundamentalismo hídrico en Murcia y Alicante, engatusando a los ciudadanos. De facto, ha implantado una inquisición de los disidentes antitrasvasistas.
Últimamente ha fatigado las disposiciones legales en busca de hacerse con el control del agua de las Plantas desaladoras construidas por la Administración General del Estado con ayudas de la UE, encargando la labor al administrativista riojano de confianza; finalmente ha tenido que desistir de su propósito por no encontrar agarre legal. En fin, en sus litigios, el lobby trasvasista ha sido poco afortunado: son copiosas las sentencias del Tribunal Supremo en su contra, incluso haciéndoles pagar las costas del proceso. A pesar de ello, se llevaron a una decena de regantes para aparentar bulto y «hacer tragar» a las autoridades de Madrid su memorándum.
Ahora, cuando encuentran que se rebaten sus machadas, se exponen datos rigurosos, se dan razones, se argumenta con ideas solventes, se desvelan intereses ocultos,…, al lobby trasvasista se les vuelven los dedos huéspedes y claman contra la «corriente antitrasvasista». Pues, ¡que se creían, que éste era un país de analfabetos! Hacen mal en mentar el «catetismo», término que se les puede volver en su contra. Como dijo Abraham Lincoln: «Se puede engañar a algunos todo el tiempo y se puede engañar a todos durante algún tiempo. Pero no se puede engañar a todos todo el tiempo.»