Querido lector: ¿a qué crees que sea debido que el trasvase Tajo-Segura ejerza tal fascinación sobre algunos de nuestros ingenieros, políticos, abogados, intelectuales, economistas y hacedores de opinión?
Te recuerdo que con anterioridad ya había habido algunas respuestas a esta cuestión. Unos basaban la fascinación en «la magnitud de las obras» (y sus presupuestos para inversiones), cuestiones importantes para algunos de nuestros bárbaros ingenieros tecnócratas. Otros, políticos de ejercicio y beneficio, en «la redención de las sedientes tierras del Sureste», sintiéndose salvadores patrios de geografías terrícolas, humanas y divinas mediante la obra del Trasvase. Unos terceros, leguleyos de vocación, para poder dictar disposiciones que sometan la naturaleza y sus gentes a sus lucrativos bufetes. Los intelectuales que aún no han echado las siete llaves al sepulcro de Costa, tratan de enmendar los errores de la naturaleza debidas a su caprichosa distribución de lluvias y corrientes mediante «una cirugía hidráulica», cirugía que sería realizada naturalmente por un «cirujano de hierro» fiel a sus ideas (la de los intelectuales) y en defensa de su bolsillo (de los intelectuales).
Por su parte, los economistas de la ocasión demostraron a priori que la actuación del Trasvase era rentable económicamente, a base de suposiciones y más suposiciones alejadas de la realidad, torturando los datos hasta hacerles confesar lo que les encargó el mandamás de turno. Una vez indemostrada la rentabilidad, la revisión es traición. Por último, ¿qué decir de los hacedores de opinión, refugiados en su torre de papel? Serían capaces de demostrar que España fue descubierta por los americanos.
Veo que todas estas razones no te terminan de convencer. Podría comenzar a enunciarte una lista de sinrazones, que pueden ser copiosísimas, pero me temo que por ese camino no llegaríamos a buen puerto.
Pasemos, pues, a lo que iba, a la película de «El puente sobre el río Kwai». Por si lo has olvidado te recordaré en pocas palabras su argumento. Unos soldados británicos, prisioneros de los japoneses, descubren que la construcción de un puente, ordenado por sus carceleros, les puede permitir recuperar el sentido de su pericia técnica y dignidad personal mediante el trabajo. Pero olvidan que, con la puesta en servicio del puente, están favoreciendo una invasión en contra de su propio ejército. El puente termina, naturalmente, saltando por los aires, al darse cuenta los prisioneros de que perseguir un objetivo pequeño y limitado iba en contra del objetivo principal de ganar la guerra.
Durante muchos años, funcionarios de la Confederación Hidrográfica del Tajo y de la Dirección General de Obras Hidráulicas, primero, y del Agua, después, han sufrido el síndrome del puente sobre el río Kwai.
Comencemos con los del Tajo. El afán ansioso de algunos de sus funcionarios consistía en proporcionar cuanta más agua trasvasada mejor a los riegatenientes del Sureste, conformados en un genuino lobby trasvasista. Todo ello con olvido, ninguneo y desprecio de la propia cuenca que tenían encomendado cuidar y gestionar. No resulta casual que le Ley del Trasvase de 1980 encargase a dicha Confederación la determinación de los excedentes (sobrantes) que se podían trasvasar. Fue al revés del dicho popular: era poner a los gallinas del Tajo al cuidado de las zorreras del Sureste. No importaba que el curso del Tajo a su paso por Aranjuez presentase aguas «embalsamadas», sin corriente, a pesar de estar declarado Real Sitio y Patrimonio de la Humanidad en razón del agua. Tampoco importaba que «el torno del Tajo» que abraza la imperial Toledo, también Patrimonio de la Humanidad, lo haga con aguas grises de cloaca. Nada de esto importaba, pues «el interés nacional» quedaba cumplido con la producción de lechugas y tomates para el forramiento de unos espabilados. ¡Cumplieron lo que se les mandaba con celo!
Pero la situación no podía durar. En cuanto otros funcionarios del Tajo, llegados con visión más moderna y ambiental, se dieron cuenta del síndrome del puente sobre el río Kwai, la cosa comenzó a torcerse para los intereses espurios de los colonizadores del agua. El lobby de riegatenientes trasvasistas tuvo que recurrir a cambiar la legislación, quitándole las competencias sobre el Trasvase a la Confederación del Tajo por medio del famoso Memorándum (en realidad, Expolium). Es decir, mientras la situación jugaba a favor de los riegatenientes no se discutían las leyes; en cambio, cuando las cosas comenzaron a adquirir otros matices, se anularon las leyes anteriores y se hicieron otras nuevas pro domo súa. El papel jugado por la Dirección General del Agua fue verdaderamente penoso; se limitó a apoyar en todo a los saqueadores trasvasistas, optando por las ideas periclitadas de la lechuga y el tomate del Sureste en contra de los principios y valores ambientales de la Directiva Marco del Agua europea.
Y no digo más. Como decía don Francisco de Quevedo, otro Quijotero, «un desconcierto no suele llegar a viejo». Consérvate buen@.