Mi antiguo maestro, Gregorio Villegas, suele hacer algunos viajes desde su retiro de jubilado en Albacete a la Corte. Viene principalmente por ver alguna ópera en el Teatro Real o algún concierto destacado en el Auditorio Nacional. Me suele llamar para comer juntos y charlar sobre temas de interés común. Resumo la última conversación que mantuvimos.
Después de intercambiar noticias personales, le planteo a Gregorio como tema de conversación un asunto al que le estoy dando vueltas los últimos días.
─ Pasados 10 años desde la Gran Recesión económica que se inició en 2008, se ha producido una auténtica revolución política en muchos países y un descontento social bastante generalizado. Así por ejemplo, el triunfo de Trump en los EEUU, el Brexit en Gran Bretaña, el ascenso de los partidos políticos ultraderechistas en Polonia, Hungría, Brasil, Austria, Alemania, Francia, Italia, etc. Se ha desarrollado un vendaval xenófobo contra la llegada de emigrantes a los países ricos, construyendo muros o cerrando puertos. En Francia parece que han entrado en otra «Comuna» de chalecos amarillos. En Bélgica, Escocia, Canadá, Italia … vuelven a soplar aires separatistas en algunas de sus regiones (las más ricas, en bastantes casos). Los jubilados no dejan de manifestarse pidiendo subidas de su pensión. La mayor parte de los jóvenes están desorientados, precarizados y excluidos; como reacción se aíslan de la sociedad, con sus redes sociales y sus «mundos virtuales de supervivencia». En España, nos coge un poco de todo. Parece que todos estos movimientos tocan el nervio de las sociedades democráticas. Como siempre con mayor vuelo intelectual en las críticas acerca de lo que no va bien que en el desarrollo del «capitulillo» de las posibles soluciones.
─ Y bien, ¿qué consecuencia sacas de esa «penosa» situación? ─me pregunta Gregorio, un poco alarmado y algo divertido del tropel de descontentos que le presento de golpe, mientras tengo en el aire la mano con el tenedor.
─ Pues, a lo que voy. Debido a la Gran Recesión económica, se han alterado grandemente las estructuras políticas y sociales de nuestro mundo. Pero resulta que el «mundo» económico, el que lleva causa a los otros «mundos» político y social, no se ha modificado en absoluto. Como si la crisis no hubiera ido con el mundo económico. ─ Y añado, después de una pequeña pausa, una pregunta cargada de intención─ ¿No te parece un poco sorprendente?
─ ¡Menuda cuestión planteas, así, de sopetón! ¿No supondrás que los grandes cerebros mundiales no se habrán planteado estas mismas cuestiones o parecidas?
─ Pues no las he visto escritas por ninguno de los pensadores «acreditados» por el sistema, sean responsables de los bancos centrales, de los grandes fondos de inversión o gurús de reconocido prestigio seguidos por «aprendices de magos de las finanzas». Se ve que el oficio de profeta, muy reconocido en la antigüedad, está hoy en cuarto menguante. Nadie vio venir la Gran Recesión de 2008. Y los pocos que se atrevieron a decir: ¡que viene el lobo!, gente más bien marginal al sistema, fueron tachados de antisistema o comunistas, la peor calificación que se le puede dar ahora a un economista. Por supuesto, no se les hizo el más mínimo caso, ¡pues no estaban gozando en la gran burbuja económica los que se estaban forrando con el descontrol de las hipotecas, las preferentes, los sicav, las socimis, los paraísos fiscales, los derivados, las subprimes y toda la hostia?
─ No hace falta que seas tan directa para expresar tus ideas─. Me quedé cortada con esta admonición fuera de tiempo y lugar. No se iría a presentar Gregorio ahora ─pensé─ como un puritano. Recorrí en mi memoria alguna escena de cuando era yo muy joven y Gregorio aún ese encontraba en edad de tirar los tejos, … quizá alguna despedida excesivamente efusiva, … no sabría qué decir. Tuve que volver rápidamente a la situación actual para poder seguir la conversación.
─ Estoy pensando en mis meditaciones que, nos pongamos como nos pongamos, lo que subyace a esta crisis es el clásico enfrentamiento entre capital y trabajo. Ahora parece que no es políticamente correcto hablar de lucha de clases, pues son conceptos «superados». Cualquier político irrelevante se reirá con superioridad de tan obsoletas cuestiones. Sin embargo, Warren Buffet, el llamado «oráculo de Omaha», el gran y mejor inversor en bolsa de todos los tiempos, decía algo así como que «la guerra de clases existe, … y la estamos ganando los ricos».
─ Creo que en eso llevas bastante razón ─me concedió Gregorio─. Ya hemos comentado otras veces el texto del francés Thomas Piketty sobre la evolución de la desigualdad económica y la distribución de la renta y del capital, con su famoso análisis del 10% de los más ricos e, incluso, del 1% de los superricos(*). Resulta muy interesante su análisis acerca de la evolución en el tiempo de la distribución de la riqueza.
─ Pero, a mi juicio, falta completar el análisis de Piketty ─me atreví a insinuar, ya embalada.
─ Adelante, no te prives de alternar con los doctores en el templo de la economía, como hizo el Niño Jesús con los rabinos en el templo de Jerusalén ─me dijo Gregorio con rechifla. No le hice caso y continué.
─ En las décadas de los años 50 y 60 del siglo pasado la ilusión de la sociedad era que sus hijos estudiasen para progresar socialmente y «tener un medio de vida». Había «vocación» por obtener ingresos con los que comprar una vivienda, crear una familia e, incluso, crear la propia empresa, en el orden que fuere. Ahora lo que oigo a los conocidos es solo cómo obtener rendimiento del capital acumulado por la burguesía, clase ahora amplísima a Dios gracias. Ahora tienen menor relieve (aunque lo tiene, ¿cómo no?) los ingresos por el trabajo. Ahora para tener dinero hay que tener dinero: la mayor fuente para ganar dinero es tener dinero. Es decir, el capital ha ganado la batalla al trabajo, siguiendo la frase de Warren Bufett.
─ Pienso que eso que dices es lo que ha pasado hasta hace pocos años ─me contesta Gregorio. Al parecer lo he enganchado (¡al fin!) con mi discurso─. Pero últimamente, se ha dado una vuelta de tuerca más a la situación económica. Los últimos años y las perspectivas de futuro indican que ya ni el dinero produce dinero. El Banco Central europeo presta dinero a otros bancos con interés negativo, es decir, dan dinero para que se lleven dinero; los intereses de los préstamos están próximos a cero, lo cual es una novedad en la historia económica; los activos financieros están iniciando una carrera descendente; existen inversores que colocan sus capitales en depósitos al cero por ciento o con interés negativo, con el fin de resguardarlos frente a las inevitables pérdidas; se piensa en colocar los fondos de inversión en ladrillos o materias primas, con grandes dudas acerca de su rentabilidad futura. En una palabra, la economía esta desestructurada, y los bancos, cuyo negocio era la intermediación, ven menguar sus beneficios. ¿Se podría producir un ¡sálvese quién pueda!?
─ Lo pones todavía peor de lo que estaba yo exponiendo ─le contesto a Gregorio─. Pienso que hemos pasado, en conjunto, de tener mundialmente un dinero circulante para financiar la economía real, es decir, para producir bienes y servicios y para el comercio mundial, a tener una economía financiarizada. Es decir, el capital circulante por el mundo supera en un orden de magnitud al necesario para «mover» la economía real; es un dinero que busca rentabilidades desconectándose de la economía real. Le da igual que el subyacente fabrique alfileres o cohetes espaciales; lo importante es cuánto se puede ganar adquiriendo participaciones o empresas y vendiéndolas rápidamente, poniendo en marcha opas, con fondos buitres o águilas, con burbujas o con pompas. Y si, al paso, hay que machacar a personas, ¡qué le vamos a hacer! ¡Mira el caso de los fondos buitres adquiriendo viviendas sociales para desahuciar a los inquilinos que no se sometan a los nuevos alquileres!
─ No te embales, muchacha, dejemos las cosas en ideas generales ─me vuelve a reconvenir Gregorio. Me está poniendo nerviosa y me empieza a cargar su aire de viejo profesor─ Mira, poco antes de la Gran Recesión de 2008, José Manuel Naredo nos avisaba que en las empresas no financieras, esto es, en las empresas de la «economía real», el 75% de sus activos económicos los tenían invertidos en activos financieros. Es decir, rentaba más la especulación financiera que su propia actividad económica. Nadie hizo caso de lo que se venía encima, pues a nadie le gusta que le cierren la fiesta en la que está disfrutando. Vino la crisis y ¡zas!, cierre de empresas y el paro a las nubes. Sea la cosa por un lado o por otro, siempre terminan pagando los mismos, los que menos tienen.
─ Pero, como estamos ya con el café, no quería que nos despidiésemos sin dejar de tocar otra de las cuestiones que me tienen subyugada, que considero principal.
─ Pues tú dirás. Veremos por donde sales ahora.
─ La idea proviene de la intervención en una mesa redonda de Jaime Lamo de Espinosa, ministro de Agricultura con UCD en los últimos años de la década de los 70. En su intervención, producida cuando la crisis iniciada en el año 2008 ya había acampado entre nosotros, Lamo de Espinosa vino a decir que cuando hay una crisis de esas características él era keynesiano, pero que cuando la economía marchaba bien, se volvía friedmaniano. En otras palabras: si había crisis, se recurría a la intervención socialdemócrata del Estado en la economía para salvar al capitalismo de sí mismo, que fue el sistema de Keynes frente a la Gran Depresión de 1929. Pero si la economía marchaba bien, ¡fuera cualquier intervención del Estado!, ¡viva el neoliberalismo de la Escuela de Chicago, los beneficios particulares y fuera las manos del Estado de nuestros bolsillos!, como sucedió a finales de los años 80 en respuesta a la crisis del Estado de Bienestar y como viene a decir ahora Trump, con evidente falta de sentido del tiempo histórico en el que nos encontramos.
─ Me parece que haces un resumen bastante acertado de las posiciones de las distintas escuelas económicas a lo largo de la historia. Efectivamente, cuando se presentó la Gran Depresión de 1929, iniciado en el llamado Martes Negro debido a la explosión de una burbuja especulativa de las acciones en la Bolsa de Nueva York, la solución de Keynes consistió, en esencia, en excitar el consumo «dándole a la máquina de hacer billetes», como se diría en Albacete. Claro que entonces había poco capital circulante, sobre todo comparado con el de ahora. La cosa funcionó con el tirón de la II Guerra Mundial y con el establecimiento en la posguerra del Estado de Bienestar, cosa que en no sé qué medida, debimos a la existencia del «telón de acero» y al comunismo en el otro lado.
─ Correcto ─me apresuré a intervenir apoderándome del hilo de su discurso─ Después de la II Guerra Mundial, la participación de los ingresos del trabajo aumentó respecto a los el capital. Fue un buen periodo de prosperidad y progreso de la justicia social. Hasta los años 80, fecha en la que había aumentado la acumulación de riqueza y los plutócratas comenzaron a exigir mayor rendimiento de «su» capital. Para ello estorbaba la primacía del trabajo y el Estado de Bienestar, que dedicaba los ingresos no a producir rentas para los ricos sino a beneficios sociales (educación, sanidad, paro y pensiones). Entonces montaron su propia revolución neoliberal, una rebelión de ricos. Esto sería la visión manchega ─como decías tú antes─ de las teorías neoliberales de la Escuela de Chicago de Milton Friedman.
─ Sigue, …sigue, que empiezo a ver dónde quieres ir ─me interrumpió Gregorio que ahora me seguía con interés. Continué sin pausa con mi discurso.
─ Y entonces, desde 1980, comenzó una carrera frenética de acumulación de capital … hasta la siguiente crisis: la Gran Depresión de 2008. La economía real fue sustituida por la economía financiera/especulativa. Los jóvenes ya no querían ser ingenieros, una profesión adecuada para etapas de desarrollo; querían ser magos de las finanzas, siguiendo el ejemplo paradigmático de Mario Conde, que entonces se consideraba todopoderoso. El sistema bancario se encontraba en estado de embriaguez, como dijo el presidente Bush padre. Se concedían créditos hipotecarios insolventes; se titulizaban las deudas haciendo crecer las bolas de nieve; se mezclaban todo tipo de deudas y se pasaban de mano en mano. El dinero circulaba como Dios: estaba en todas partes pero nadie lo veía. Como es lógico, a poco que se piense, este desconcierto no podía durar. Y no duró: la quiebra de Lehman Brothers en 2008 debido a la crisis de la subprimes puso fin a la fiesta.
─ Continúa a ver adónde llegamos ─me dijo Gregorio mesándose el blanco bigote «fascista» que luce en los últimos años. Continué impertérrita.
─ Entonces, ante la quiebra del sistema neoliberal o neocapitalista, los bancos centrales ─después de un tiempo de desconcierto─ sacaron del armario la apolillada política intervencionista keynesiana, que había servido para la Gran Depresión de 1929, y la intentaron poner de nuevo en marcha: meter más dinero en el sistema impidiendo la quiebra de entidades financieras; compra de deuda pública o de bonos «averiados»; préstamos a interés irrelevante; rescate de países con deuda pública inasumible; planes de empleo para frenar el paro desbordado (el célebre Plan «E», que consistía en reponer aceras en las poblaciones, que recordaban lo de «abrir y tapar zanjas» de plan original de Keynes de 1929); etc. Todas estas medidas, han permitido frenar la caída del sistema económico mundial, pero en manera absoluta han logrado poner la economía de nuevo sobre los raíles anteriores a la crisis. Se puede concluir que, en conjunto, han resultado contraproducentes y nos están conduciendo a una nueva crisis.
─ No se te olviden otras medidas importantes, la reducción de las rentas del trabajo. Como dijo la presidenta del Fondo Monetario Internacional refiriéndose a España, había que reducir un 10% todos los sueldos para mejorar la situación económica…y joder la personal─ me apunta Gregorio.
─ Pero quiero ir a lo principal de mi tema. En síntesis: se intentaron aplicar las medidas del pasado a una nueva situación económica que tenía características distintas. Estrategia totalmente equivocada. Porque en la crisis de 1929 se trataba de estimular la demanda, meter dinero (capital) en el sistema; la cosa se resolvió en EEUU entrando en la II Guerra Mundial, lo que puso a toda su industria a producir. Mientras que, por el contrario, la crisis de 2008 se ha debido a un exceso de capital circulante especulativo en busca ansiosa de su propia multiplicación. En esas circunstancias, las medidas tendentes a meter en el sistema todavía más capital no pueden resultar más contraproducentes, sobre todo teniendo en cuenta que el capital total mundial es del orden de 10 veces el necesario para la producción de bienes y servicios y el comercio mundial. Ahí está China, con su afición a coleccionar todos los dólares que produzcan las máquinas de imprimir billetes de los EEUU.
─Pero sigo sin entender adonde quieres llegar. Veamos. Me parece que la tesis que saco de tu discurso es que hay exceso de capital y falta de rentas del trabajo. ¿Quieres decir que hace falta retirar capital y subir los sueldos y las pensiones? O también se podría proponer aumentar los intereses de los préstamos, que es una forma de restringir el capital circulante, ¿no? Porque desde luego lo que no se puede hacer es declarar la III Guerra Mundial, ¿verdad? O, finalmente, se me ocurre sobre la marcha otra forma de retirar capital del mercado: disminuir de forma generalizada la deuda pública de todos los países haciendo una quita universal de, digamos, el 80 o el 90%. Con ello aumentaríamos la demanda de bienes y servicios de los países que están ahogados y se estimularía el comercio mundial. Se trataría en definitiva de una especie de nuevo Plan Marshall, el plan que rescató a los hundidos países europeos después de la II Guerra Mundial.
─ Pues mira, yo no propongo nada, pero algunas de esas medidas es lo que está haciendo el llamado «Dios mercado», como viniendo a sustituir a la «Providencia Divina».
─ No seas irreverente y quédate en la economía. ─Se ve que hoy le ha dado a Gregorio por la vena clerical. Decido continuar sin hacer caso.
─ Pues observando un poco se puede afirmar sine ira et studio (disfruto soltándole a Gregorio de vez en cuando un latinajo a los que es tan aficionado), como digo, se puede decir que el mercado se está encargando de precarizar el trabajo, dejando a gran parte de los jóvenes fuera del sistema; de subir los intereses para frenar la especulación y asignar el capital a las actividades más rentables; y, por último, drenar los excesos de capital con fuertes bajadas en los valores bursátiles.
─ ¿Y te parecen bien estos movimientos frente a la crisis en la que estamos instalados?
─ No sabría qué decirte. Me temo que el mercado es ciego y ésta es la cuestión. Me atrevería a decir ─si me dejas─ que habría que revalorizar los ingresos del trabajo. Así le daríamos estímulo a los jóvenes para plantear su propia vida. Subiría los intereses y eliminaría los «escondites» del dinero para evitar impuestos; con ello se racionalizaría el sistema financiero para acomodarlo al económico, procurando evitar la desconexión actual. Por último, haría lo contrario de la tendencia actual en impuestos; por ejemplo, subiría el impuesto de sucesiones con tramos crecientes. Por una parte son «beneficios caídos del cielo» para unos herederos «monárquicos». Por otra parte, recuerdo que Warren Buffet, al que citamos antes, decía que sólo dejaría a sus herederos una pequeña parte de su fortuna que les permitiera una vida de mínimo confort, añadiendo que no quería privar a sus descendientes del placer de labrar su propia fortuna. Pienso que tan malo para una persona es hacerlo dependiente de la «sopa boba» del Estado de Bienestar que darle todo hecho a través de una herencia insolidaria con los que menos tienen, que es un sistema aristocrático.
─ Me dejas hecho un buen lío con todo lo que me has contado ─me dice Gregorio despidiéndose─ Tengo que repasar mis viejos libros sobre la utopía de Walden dos(**), por ver si me dan luz sobre un nuevo mundo económico, un nuevo «reino de los cielos». Pero ya sabes que todo aquel que ha intentado traer el cielo a la tierra, lo que ha traído inevitablemente ha sido el infierno.