Nueva ética del agua para un desarrollo sostenible

Introducción.

Desde su creación ─hace más de doscientos años─ los ingenieros de caminos vienen siendo actores innovadores que han contribuido muy notablemente a la modernización de España. De los ferrocarriles de vapor a la alta velocidad; de los caminos de posta a las autopistas; de los faros costeros a los superpuertos; de los pequeños saltos de agua a las grandes empresas hidroeléctricas; de los riegos ocasionales a formar una potencia agrícola; la ordenación de las ciudades y sus entornos naturales; la preocupación por los lugares construidos y la naturaleza;… en el desarrollo de todas estas actuaciones la figura de los ingenieros de caminos se ha asimilado al progreso económico y social de nuestro país.



En materia de aguas, les ha correspondido el desarrollo de las ideas de Joaquín Costa sobre la política hidráulica, que según el León de Graus era la política que «cumplía seguir a la nación para redimirse», en superación de la situación derivada de la depresión económica y social de 1898 por la pérdida de las colonias. 

El ingente patrimonio de obras y aprovechamientos hidráulicos construidos a lo largo del siglo XX para la producción de alimentos por medio del riego, generación de energía eléctrica, suministro urbano-industrial y protección de personas y bienes frente a avenidas, han posibilitado el despegue económico y posterior desarrollo de nuestro país, superando las condiciones de semiaridez de gran parte del territorio. Gracias al esfuerzo acumulado por la generación anterior, en la actualidad España cuenta con 1300 grandes presas de embalse y un sistema de aprovechamiento de los recursos que permiten una disponibilidad de agua por habitante similar a la que se alcanza de manera natural ─sin obras de regulación─ en los países europeos próximos.

Del desarrollo de obras hidráulicas a la gestión del agua.

En las últimas décadas, en los países desarrollados se viene constatando la finalización de una etapa en la que la atención primordial se dirigía hacia la construcción de infraestructuras hidráulicas de regulación y transporte. La política ha venido a centrar ahora su foco de atención en la gestión del recurso y de las infraestructuras existentes, incorporando nuevos valores sociales en relación con el agua: conservación de recursos y entornos, uso eficiente, aspectos paisajísticos y recreativos, participación pública, … y diversificando las actuaciones necesarias para satisfacer necesidades productivas y sociales.

Las nuevas actuaciones que comienza a reclamar la sociedad se enmarcan dentro del concepto de desarrollo sostenible, que intenta aunar los aspectos sociales, ambientales y económicos relacionados con los recursos y sus aprovechamientos. Estas nuevas consideraciones, en especial las socio-políticas, se superponen ─y, en ocasiones, superan─ las consideraciones técnicas e, incluso, económicas. Se reconoce el papel trascendental que las grandes presas para riego, abastecimiento, energía y protección frente a avenidas (en este último papel, bastante olvidadas en la actualidad por el hecho de cumplir bastante bien su función de evitar daños); incluso se reconoce que aún serán necesarias algunas presas más para servicios necesarios y concretos cuando constituyan la solución más ventajosa; así como conexiones entre sistemas o cuencas de no grandes volúmenes para necesidades de elevada prioridad social. Pero la atención principal se ha desplazado de la construcción de infraestructuras hidráulicas de uso general a la gestión de los recursos.

Las consideraciones sociales se dirigen en tres direcciones principales:

  • La diversificación de actuaciones. El repertorio de los procedimientos técnicos con que se cuenta en la actualidad para incrementar las disponibilidades hídricas se ha multiplicado: ahorro, reciclaje y reutilización; aprovechamiento de aguas superficiales y subterráneas, evitando la sobreexplotación de acuíferos; conexión de los sistemas hidráulicos (no grandes trasvases a grandes distancias para riego); desalación de aguas marinas y continentales; bancos de agua; tarificación equitativa; recuperación de costes; mejora en el aprovechamiento de las infraestructuras existentes;…
  • Los usos ambientales emergen con fuerza, tanto desde el punto de vista de la calidad de vida y la preocupación por el cuidado del entorno y la biodiversidad, como desde otras consideraciones. Nos referimos a los nuevos grupos de presión aparecidos en «el gran teatro del agua», procedentes de los ámbitos académicos, los movimientos ecologistas, o los movimientos políticos autonomistas o independentistas apoyados en el «medio ambientalismo», que tiende a ser un constructo social. Estos grupos de presión tienden a alejarse del mundo real en la medida que se acercan al poder político.
  • Los usos sociales adquieren mayor protagonismo por su capacidad de movilizar la opinión pública. La participación pública en las instituciones y decisiones sobre el agua va tomando cada vez mayor importancia, como se propugna desde la Unión Europea. Hoy día el camino de la eficacia tiene que pasar necesariamente por la travesía de la participación ciudadana y apoyarse en el puente de la aceptación social. No se trata de la capacidad de comunicación de los poderes públicos acerca de problemas y soluciones técnicas viables; se trata de desarrollar capacidades para compartir definiciones de problemas y legitimar consecuentemente las soluciones a los mismos.

El desarrollo sostenible.

Desarrollo sostenible es la expresión con la que se denomina el progreso a comienzos del siglo XXI. El significado de la sostenibilidad se refiere tanto a la conservación del desarrollo como a la conservación de la naturaleza. La sostenibilidad se ha convertido en un objetivo político para incrementar la legitimidad de la acción del gobierno. 

El desarrollo sostenible contempla las decisiones éticas para una vida satisfactoria y plana tanto para el futuro como para el presente, considerando la indivisibilidad entre la naturaleza y la sociedad. Incluye una ingeniería más medioambiental para los nuevos estilos de vida cuidadosa con el entorno. 

A medida que se han desarrollado las sociedades industriales, una vez vencidas la escasez absoluta y satisfechas las necesidades materiales básicas, la preocupación pública ha tendido a elevar una determinada jerarquía de «necesidades», hasta el punto en que se produce una articulación de valores «posmateriales». El respeto a la naturaleza y el interés por la calidad de vida, más que la cantidad de bienes materiales, son los valores posmateriales prototípicos. Estos valores, a su vez, predisponen a los ciudadanos a apoyar los movimientos ecologistas.

La sostenibilidad ocasiona problemas conceptuales a muchos sociólogos. ecólogos y conservacionistas. Las necesidades cambian para cada generación y para cada cultura. ¿Qué debe sostenerse? ¿Es necesario conservar la base de los recursos naturales (biodiversidad) debido a su valor intrínseco? ¿Debemos sacar la sostenibilidad del armario ambiental y empezar a aplicarlo al ámbito de la economía y, sobre todo, de la sociedad? ¿No se podría caer en un modelo del tipo: «la biología, primero»?

Las «demandas» de justicia y de naturaleza mantienen una relación inversa: los que demandan más bienes y servicios, o poder adquisitivo, se encuentran en contradicción con los que quieren proteger, a toda costa, la naturaleza (tierra, bosques, aguas, atmósfera, seres vivos), reduciéndola al uso de recursos, energía o transportes. Si existiera un estilo de desarrollo que usara menos naturaleza, se abriría una salida al dilema.

Nunca alcanzaremos la total sostenibilidad, porque la sostenibilidad no es un estado sino un proceso; nunca alcanzaremos una posición de equilibrio que se pueda mantener indefinidamente.

El medio ambiente.

El medio ambiente se ha trasladado desde la periferia al centro de la atención social y hoy día se le reconoce como el desencadenante principal de las transformaciones institucionales. 

Los ecosistemas no solo sirven de almacén de recursos o vertedero de residuos de las necesidades humanas, sino que son también «nuestro espacio de vida» y esos tres aspectos entran en un conflicto cada vez mayor.

Pero también el medio ambiente se convierte en un producto cultural; un producto del lenguaje, del discurso y los juegos de poder. Se identifica una perspectiva construccionista/relativista frente a la objetiva/realista, conceptos con los que juegan las élites de las organizaciones ambientalistas. Consideran la naturaleza como las condiciones materiales de nuestra existencia o, alternativamente, como un conjunto simple de símbolos generados por la cultura. Pero, la naturaleza, ¿no es ambas cosas a la vez? 

Enseguida surgen las críticas. Aparte de los límites físicos, ¿se pueden imponer límites sociales ─socialmente construidos─ al progreso de la sociedad a través ─pongamos por caso─ de la construcción de infraestructuras? ¿Entraremos en la época de la «simplicidad voluntarista», con el riesgo de que el «conocimiento ambiental» se construya, se desarrolle y se convierta en propiedad de algunos?

No se puede separar la ciencia de la tecnología. No se puede sustituir ─de manera absoluta─ la tecnología (incluso la intelectual) por «ingeniería social utópica». No conviene perder de vista el resultado de los países de economía centralizada en los que se intentó aplicar masivamente la ingeniería social de corte orwelliano, que condujo al colapso del comunismo. No es aceptable que estas doctrinas intenten reencarnarse en el ecologismo.

Apostamos por la modernización, por el cambio social, no por dar meramente la vuelta a las cosas, de modo que ahora se haga lo contrario de lo que se hacía antes por un pueril deseo del cambio por el cambio, como una mera deconstrucción.

No es serio que ahora se pretendan imponer determinadas ideas por personas que, tras el colapso del comunismo, intentan reverdecer antiguas posturas escondiéndose tras un ecologismo socialmente construido que solo sirve de fachada, detrás de la cual se esconde el afán de poder. Utilizan conceptos huecos tales como «modernización ecológica», «análisis del ciclo vital», «valoración medioambiental integrada», «contabilidad medioambiental», «ecología política» y otros sinsentidos.

Hay que superar la situación apoyando una modernización reflexiva. Entre la variedad de respuestas a los desafíos (negación, adaptación, mitigación, …) es de destacar el papel crucial de las respuestas humanas/éticas a las construcciones ecológicas.

El medio ambientalismo organizado es, al menos de una manera incipiente, una de las formas sociales que definen los movimientos sociales de finales del siglo XX. Se trata de un nuevo producto social y político. Se convierte en uno de los principales ejes de la política y de las instituciones culturales de las sociedades avanzadas. Intentan la deconstrucción de la ingeniería invocando «nuevas culturas».

Conclusión.

Frente a las situaciones de encrucijada, los ingenieros de caminos propugnan una continuidad (no un mero continuismo) inteligente, evolucionista, amable y progresivo que evite los escenarios de revoluciones paralizantes. Se trata, una vez más, de huir de las polémicas entre paralíticos y epilépticos (Ortega).