Introducción
El pasado día 16 de agosto, en este mismo blog de www.acuademia.com, publiqué un spot con el título de «El Homo hydraulicus y su cosmovisión», en el que hacía comparación de este último, el hydraulicus, con el Homo economicus, tan recurrente en la economía «ortodoxa», que es tanto como decir en la economía capitalista, o mejor dicho, por los economistas de esa ideología que confunden su pensamiento único con una realidad que solo existe en su mente y en los libros «de la doctrina».
Un compañero de nuestros primeros cursos en la Facultad de Somosaguas me ha indicado que he dejado «muy coja» la descripción del fantasma creado con el nombre de Homo economicus, y me ha sugerido que debería extenderme un poco más. También me sugiere que debería entrar yo en lo que representa ideológicamente ese fantasma que viene a sustituir al sacado a pasear por Marx y Engels en su «Manifiesto comunista». A pesar de intentar escurrir el bulto justificando mis escasos conocimientos acerca de los fantasmas y otros entes de rara invención, por complacer (insatisfactoriamente) a mi amigo he vuelto a inclinarme sobre el teclado. Veremos lo que sale.
Nos aparece el fantasma de Vilfredo Pareto
Las primeras lecciones que recibimos en la Facultad sobre Microeconomía nos dejaron postrados en un estado de perplejidad. ¿Pero qué era aquello─ nos preguntábamos─ de las curvas de oferta y demanda y del misterioso punto de equilibrio con lo que «todo estaba en su sitio»? ¿Dónde estaban los seres angelicales que se movían exclusivamente por decisiones «racionales»? ¿Dónde los sentimientos, las imprecisiones, la necesidad, los caprichos, las emociones, las intuiciones, la solidaridad, la generosidad, la oportunidad, el «porque sí», … a la hora de comprar o actuar? Qué ciencia tan rara nos parecía la economía, tan alejada del mundo real, del mundo en que nos movíamos. Llegamos a pensar que esto de la economía era exclusivamente «cosa de los libros de texto».
Empezamos a reconciliarnos con nuestro tema de estudio cuando descubrimos a Vilfredo Pareto (1848-1923), que puso en circulación al Homo oeconomicus. La cosa, al parecer, comenzó del siguiente modo. John Stuart Mill (1806-1873) definió al individuo que es objeto de estudio por la economía como «un ser que desea poseer riqueza, y que es capaz de comparar la eficacia de los medios para la obtención de ese fin». Al tratarse de una simplificación excesiva del ser humano, Vilfredo Pareto, en 1906, ideó un nombre para poder equipararlo con el Homo Sapiens: el Homo Economicus.
Según la descripción de Pareto, el Homo Economicus es un sujeto que presenta muchos atributos: posee un coeficiente intelectual muy alto y es capaz de resolver al instante y con facilidad toda clase de problemas matemáticos complejos. Además, carece de traumas de infancia y emociones o, al menos, las bloquea a la hora de tomar decisiones. El Homo Economicus también se caracteriza por estar siempre motivado y dirigir sus miras hacia la acumulación de riqueza y la compra de productos en los que basa su utilidad/felicidad. Por último, tiene una capacidad de aprendizaje casi infinita y jamás tropieza dos veces en la misma piedra. Ante semejante enumeración de capacidades, surge una pregunta obligada: ¿cuál es su aspecto? La respuesta es que, aunque hay muchos Homo Economicus, resulta imposible distinguirlos: a modo de clones, todos resultan iguales. Desde su nacimiento, por obra de Pareto, el Homo Economicus habita en los libros de texto de la disciplina económica.
Con esta precisión en cuanto a las hipótesis de partida, la escuela neoclásica se dedicó a modelizar el comportamiento humano en cuanto a la economía, construyendo modelos con los supuestos del Homo Economicus y un gran desarrollo matemático: Alfred Marshall (1842-1924) y su teoría de la utilidad marginal; William Stanley Jevons (1835-1882); León Walras !831-1910); y el propio Vilfredo Pareto, ingeniero y matemático que pasó ideológicamente de la socialdemocracia al fascismo, pero quedó apresado en su fantasía económica
Las críticas a tan grande simplificación/mistificación del comportamiento humano también recibió numerosas y certeras críticas, desde Thorstein Veblen (1857-1929) en su célebre obra «Teoría de la clase ociosa» (1899), hasta John Maynard Keynes (1883-1946), que señalaba la demasiada comprensión de la Macroeconomía por el Homo Economicus, su excesiva previsión económica, la ausencia de incertidumbre y su racionalidad limitada. Pero a pesar de estas críticas, el mundo oficial de la economía reaccionó en una doble dirección: por una parte, ignorando las objeciones; por otro, sofisticando/adulterando los modelos a partir de las teorías de la elección racional y las expectativas racionales, por ejemplo.
La puntilla al Homo Economicus la ha dado el Papa Francisco (o el ciudadano Bergoglio, como le llama sin respeto la ultraderecha) en su Audiencia en la Biblioteca Apostólica del Vaticano el pasado 26 de agosto. El Papa comenzó su discurso lamentando que «unos pocos muy ricos poseen más que todo el resto de la humanidad». En su alocución vino a decir que el hombre «se deforma y se convierte en una especie de homo economicus ─en un sentido peor─ individualista, calculador y dominador». Y ha agregado: «Nos olvidamos de que, siendo creados a imagen y semejanza de Dios, somos seres sociales, creativos y solidarios, con una inmensa capacidad de amar».
A modo de conclusión
Como conclusión de los párrafos anteriores se puede afirmar que de nada ha servido el intento de hacer más real al Homus Economicus, pues no resulta posible, ni aun en el estado actual de la inteligencia artificial, la incorporación a los modelos económicos de previsión (o proféticos) de aspectos psicológicos, sociológicos y políticos. Así ha quedado de manifiesto la incapacidad de los economistas, y sus modelos de Homus sapiens o economicus, de prever la Gran Recesión financiera de 2008 y el crac de la economía real como consecuencia de la pandemia de 2020. En esas condiciones, una pregunta desagradable pugna por aparecer: ¿de qué ha servido a la humanidad la economía capitalista en lo que llevamos del siglo XXI, aparte de hacer más ricos a los ricos? ¿No será la disciplina actual de los economistas «ortodoxos», por desventura, una simple superestructura especulativa al servicio de los más ricos para la perduración y el crecimiento de sus ingresos, su riqueza acumulada y, en definitiva, de su poder y dominio político-económico sobre el resto de la humanidad?