Las ideas de Thomas Piketty sobre la desigualdad y sus consecuencias (y III)
Venimos exponiendo en dos entradas anteriores fragmentos del libro de Thomas Piketty (2021) «¡Viva el socialismo! Crónicas 2016-2020», una recopilación de 54 artículos publicados en Le Monde en el periodo indicado. Exponemos a continuación, poniendo fin a esta recensión, unos fragmentos del artículo contenido en las páginas 237-240.
Por una economía circular (15 de octubre de 2019)
«Cuando hablamos de economía circular, a menudo pensamos en el reciclaje de residuos y materiales y en el uso moderado de los recursos naturales. Pero para que surja un nuevo sistema sostenible y equitativo, es necesario repensar todo el sistema económico. Con las brechas de la riqueza existentes en la actualidad, no es posible afrontar ninguna ambición ecológica. La sobriedad energética sólo puede venir de la sobriedad económica y social, no de la desmesura de las grandes fortunas y estilos de vida. Habrá que construir nuevas normas de justicia social, educativa, fiscal y climática a través de la deliberación democrática. Estas normas tendrán que dar la espalda a la actual hiperconcentración del poder económico. En su lugar la economía del siglo XXI debe basarse en la circulación permanente del poder, la riqueza y el conocimiento.
El progreso social y humano se hizo realidad en el siglo XX gracias a la distribución de la propiedad y la educación. El poderoso movimiento de reducción de las desigualdades sociales y de aumento de la movilidad social, cuyos inicios intelectuales ya eran visibles en los siglos XVIII y XIX, se aceleró entre los años 1900-1910 y los años 1970-1980, gracias a una inversión educativa sin precedentes, al reequilibrio de los derechos de los accionistas en relación con los trabajadores (especialmente en el norte de Europa), a la circulación de la renta y la riqueza a través de una fiscalidad progresiva (especialmente en los Estados Unidos), etc.
Esta evolución se interrumpió en las décadas de 1980 y 1990, tras un movimiento de péndulo alimentado por la desilusión poscomunista y la ruptura de la era Reagan. El comunismo se convirtió entonces en el mejor aliado del hipercapitalismo: recursos naturales sobreexplotados y privatizados en beneficio de una minoría, elusión sistemática del sistema jurídico por los paraísos fiscales, abolición completa de todas las formas de fiscalidad progresiva. En la Rusia de Putin, el impuesto sobre la renta es del 13 por ciento, ya se trate de ingresos de 1000 rublos o de 1000 millones de rublos. Los mismos excesos pueden verse en China, donde quienes están cerca del poder han forjado imperios que transmiten a sus descendientes sin ningún tipo de impuestos de sucesiones. Hong Kong es un ejemplo asombroso de un país que se ha vuelto aún más desigualitario bajo un régimen supuestamente comunista.
Menos radical, la ruptura reaganiana de la década de 1980 bajó los tipos impositivos aplicados a los más ricos del 70 al 30 por ciento. Reagan trató así de poner fin a lo que denominó como redistribución excesiva y al igualitarismo del New Deal, que según él había ablandado a América en su cruzada anticomunista.
El problema es que la aceleración del crecimiento no ha tenido lugar; el aumento de la renta nacional per cápita se ha reducido a la mitad (2,2 por ciento anual de 1950 a 1970, frente a 1,1 por ciento de 1990 a 2020). Los salarios se han estancado y una parte cada vez mayor de la población ha empezado a desconfiar de la globalización. El endurecimiento nacionalista trumpista es un resultado directo del fracaso del reaganismo: puesto que el liberalismo económico no es suficiente, lo que queda es señalar a los mexicanos y a los chinos, que se apropian del trabajo duro de la América blanca(…)
En realidad, el fracaso del reaganismo muestra sobre todo que la hiperconcentración de la propiedad y del poder no se corresponde con las necesidades de una economía moderna y circular. El hecho de que una persona haya amasado una fortuna a los treinta años de edad no significa que deba seguir concentrando el mismo poder accionarial a los cincuenta, setenta o noventa años. La ralentización del crecimiento también se explica por un preocupante estancamiento de la inversión en educación desde la década de 1990, así como por las abismales desigualdades en el acceso a la formación, tanto en Estados Unidos como en Europa (…).
The Triumph of Injustice, libro publicado esta semana en Estados Unidos por Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, demuestra que hay soluciones más ambiciosas, a partir de la transparencia financiera y el retorno de la progresividad fiscal, para financiar tanto la transición ecológica como un sistema de salud y educación universales. El éxito de estas ideas entre los demócratas de Estados Unidos, en particular con Warren y Sanders, es motivo de optimismo.
Europa no puede sentarse a esperar a que el cambio venga de Norteamérica. Para salir de la impostura y dar contenido de una vez por todas al Green New Deal, se necesitan urgentemente en Europa medidas firmes de justicia social y fiscal. Es también el precio que podemos esperar pagar para devolver a los británicos a la órbita europea y evitar una desastrosa victoria conservadora en las próximas elecciones. Treinta años después de la caída del muro de Berlín, es hora de que la marcha hacia la igualdad, la economía circular y el socialismo participativo retomen su curso. »
Hasta aquí el texto de Thomas Piketty. No podemos ─en buena lógica─ añadir ningún comentario adicional hasta ver la evolución de la política del presidente Biden de los Estados Unidos. Los signos parecen constituir una auténtica revolución política en sentido contrario a la evolución de la política en Europa y (¡ay!) por la oposición en España. ¿Quién estará tomando el camino acertado de la historia?