Ingenieros de caminos en la transición democrática
Comenzaremos con unos fragmentos tomados del libro editado en 2014 «El cura y los mandarines (Historia no oficial del bosque de los letrados). Historia y política en España, 1962-1996», del que es autor Gregorio Morán, páginas 534 y siguientes. Más adelante, añadiremos, por nuestra parte, algunos comentarios.
José Antonio Fernández Ordóñez [presidente del Colegio de Ingenieros de Caminos 1974-79], de familia establecida y altamente politizada, que dará altos cargos durante el franquismo, la Transición y la democracia, como fue el caso de Francisco [ministro de Asuntos Exteriores con el gobierno de Felipe González], y un presidente-director del Banco de España ─Miguel Ángel (Mafo)─, ensalzará a Mao Tse Tung, junto a las cabezas más representativas del catolicismo que orientan la revista católica El ciervo. Y lo harán con adjetivos y elogios tan descomunales que aún hoy causan rubor.
El ciervo es una publicación fascinante por su valor simbólico, porque habiendo nacido de las más puras y jóvenes entrañas del nacional-catolicismo, habrá de pasar, con el tiempo, a ser la más representativa de la militancia católica en el seno de los partidos y grupos radicales y comunistas. Había nacido en 1951 por impulso de quince muchachos de la burguesía y pequeña menestralía catalana, agrupados en torno a la Asociación Católica de Propagandistas, que tantos ministros y altos cargos dio a Franco.
Pero aquellos muchachos orientados desde el más estricto conservadurismo por el director de la publicación, Claudio Colomer Marqués, pronto irán rompiendo corsés, acercándose primero a Emmanuel Mounier, luego a los curas obreros de Joseph Cardijn, para terminar abrevando en las izquierdas, desde las socialdemócratas a las más extremas, aunque conservando siempre un hálito de religiosidad que las hacía imposibles para lectores laicos y muy familiar para cualquier creyente por más que no compartiera sus criterios. Una amplia generación de católicos se educó en ellas y escribieron las firmas más notorias de los cristianos comprometidos: José Ramón Recalde, Alfonso Carlos Comín, José Jiménez Villarejo, José María Valverde, los hermanos Ordóñez, Antonio Añoveros, Julio Cerón, Salvador Paniker, Aranguren y sobre todo los hermanos Gomis, Juan y Lorenzo.
En el mes de agosto de 1976 dedican un número a la China de Mao Tse Tung, animados por el viaje que acaban de hacer por el inmenso país tres ingenieros de caminos: José Antonio Fernández Ordóñez, Jaime Savater y Alberto Vilalta (*). Los elogios a la revolución cultural son tan descomunales y sus denuncias de los «revisionistas» frente a la bondad de los «revolucionarios», resulta tan desmedida, que las 20 páginas, la mitad de las que contiene ese número, están dedicadas al elogio de Mao y de esa supuesta «Revolución Cultural» que dejará la cultura y la sociedad chinas en un estado de represión y miseria del que tardará décadas en salir. (…)
Aranguren mismo está fascinado ante la China de Mao Tse Tung y sus inmensas posibilidades para la «izquierda cultural» (**), y José María Valverde, auténtico formador de generaciones, al filo de la muerte de Mao afirmará, con la fe del carbonero católico, inasequible al desaliento, que gracias a sus buenas obras y en cumplimiento del mandato evangélico, Mao «estará (en el cielo) sentado a la diestra del padre» (…)
Era esa falta de base para una cultura política lo que consentía todo, porque todo estaba por saber. Será entonces cuando las mixturas y las estafas político-culturales alcanzarán lo nunca visto. (…)
Mirando hacia atrás sin ira, uno de los protagonistas del fenómeno de la radicalización, el editor Jorge Herralde, dirá años más tarde: «el país era mucho más de derechas de lo que los intelectuales y estudiantes calculaban: su opacidad y falta de contrastes provocaron falsas impresiones. En las primeras elecciones democráticas ya se vio que el país iba por otros derroteros y de aquí surgió buena parte del desencanto de la izquierda. Los lectores radicales se dieron cuenta de que lo que habían soñado era un país donde ganaba Suárez. Rutas posibles: dedicarse a la heroína o escaparse a la India. O hacer política legal considerando que su etapa de aprendizaje ya había concluido (***). [Los subrayados son nuestros].
Ingenieros de caminos jugaron papeles relativamente importantes en los tiempos de la Transición. Dejando aparte los dos integrantes del gobierno de Carrero Blanco (junio de 1973─enero de 1974), José María López de Letona (Industria) y Vicente Mortes (Vivienda), la mayor concentración se produjo en el III gobierno de Arias Navarro, primero de la monarquía (diciembre 1975─julio 1976), con cinco integrantes: Villar Mir (vicepresidente tercero para Asuntas Económicos), Calvo Sotelo (Comercio), Virgilio Oñate (Agricultura), Valdés González-Roldán (Obras Públicas) y Lozano Vicente (Vivienda). Como es fácil recordar, se trataba de un gobierno de prolongación del franquismo, mientras que los aires políticos comenzaban a girar hacia otros derroteros. Se daba el contraste entre una España oficial cerrada en el pasado y una España rupturista y utópica, inspirada en un pasado aún más lejano. Sigamos con la obra de Gregorio Morán citada en el primer párrafo de este trabajo (página 562).
[José Luis López] Aranguren [1909-1996] tiene el mérito fundamental no sólo de ser un intelectual en activo durante este periodo complejo de nuestra historia, sino sobre todo el haber sido el que se siente absolutamente imbuido de ese papel de «intelectual de la Transición», por encima de cualquier otro. Pasadas las primeras elecciones [junio 1977] será muy consciente de su autoridad. «Puedo hablar así porque he predicado con el ejemplo de hacer oídos sordos cuando Felipe González…ejemplificó conmigo su propuesta de una candidatura nacional de Senadores para la Democracia».
Adentrándose en el análisis de su situación como intelectual español apenas celebradas las elecciones y con el primer gobierno salido de las urnas en 40 años, Aranguren echará una mirada al pasado de un modo que hoy resulta algo incongruente, pero que retrata la confusión y la tiranía de cierta frivolidad intelectual que se convertirá en representación de la época. «El intelectual de hace unos lustros estaba sometido, según Raymond Aron, a la estupefaciente fascinación del marxismo. Digamos que nosotros, con acentos menos psicodélicos, que por entonces todos pasamos por el marxismo. Hoy, en cambio, todos somos, en mayor o menor grado, anarquistas (****).
Esta declaración de un hombre como Aranguren, con su pasado y con su presencia en el presente no deja de ser a su vez «estupefaciente» y contiene esa impostura rayana en el cinismo, ese cinismo cristiano teñido de benevolencia. «Los intelectuales ─ añade en este texto, abrumador en su frivolidad─, desde un punto de vista programático, somos unos parásitos, no servimos para nada, sólo para fastidiar. Es decir, para la crítica, y para proponer modelos que se dirían irrealizables: es decir, para la utopía».
(*) El Ciervo 289-290 (primera y segunda quincena de agosto de 1976).
(**) El País, 23 de septiembre de 1976.
(***) En Pasando página, de Sergio Vila Sanjuán (Destino, 2003).
(****) Aranguren, «Política, disidencia y marginación». El País, 29 julio 1977.
Hasta aquí Gregorio Morán. Podemos añadir por nuestra parte los nombres de tres ingenieros de caminos que optaron por hacer «política legal», con desencanto o sin desencanto. Cabe citar a Juan Miguel Villar Mir, también presidente del Colegio de Ingenieros de Caminos en la democracia y vicepresidente de Asuntos Económicos del gobierno de Arias Navarro (1975-76). Gran empresario, ve su figura empañada cerca del final de su vida por opacos o turbios asuntos político-económicos. Podría representar la continuidad de hábitos y modos del posfranquismo. Florentino Pérez, que si bien fracasó en política (fue secretario general del Partido Reformista Democrático, más conocido como Operación Roca, un gran fiasco político-económico en las elecciones de 1986, con cero diputados), es un gran triunfador como empresario de la construcción y, sobre todo, como presidente del Real Madrid Club de Futbol (2000-06 y 2009-?) logrando cuatro copas de Europa en cinco años. Podrá representar la pos-transición des-ideologizada.
Reservamos el último lugar ─y el más importante─ para Leopoldo Calvo Sotelo, presidente del gobierno durante la Transición (1981-1982), con un partido político, Unión de Centro Democrático, en absoluta descomposición, partido al que había abandonado su fundador y alma mater Adolfo Suárez (¿o le habían echado?). De la labor de Calvo Sotelo sólo mencionaremos una actuación, que vale por todo un gobierno: su empeño en meter a España en la entonces Comunidad Económica Europea. Dejó el trabajo preparado para el siguiente gobierno y dio el primer paso incorporando a España a la OTAN. Visto a posteriori, la entrada de España en la CEE se puede considerar el mejor evento sucedido a España en el siglo XX. Aparte de conseguir la mayor ayuda externa a ningún país en dicho siglo, dichas ayudas representan un incremento del 1% anual del PIB durante 20 años, lo que ha aproximado el PIB de España notablemente a la media de los grandes países europeos. Dicha actuación ha venido a superar definitivamente la anomalía de una dictadura de 40 años y sus nostalgias, haciendo al fin realidad la frase enunciada por el joven Ortega a principios del siglo XX: «España es el problema, Europa la solución».