Atiende lector o lectora, no debes relacionar la revolución que pienso contarte enseguida con la festividad del santo de hoy: Santo Domingo de la Calzada, patrón de los cuerpos (¡y las almas!) de los ramos de las obras públicas. Dejando aparte si el Santo también debería ser patrón de las gallinas asadas, no cabe por menos que como letrada felicite a mis colegas ingenieros, ingenieros técnicos y demás técnicos, con los que me relaciono a diario en el ministerio de la cosa.
Vayamos al asunto. ¿De qué revolución te pienso hablar? Pues, ¡ah sorpresa!, ni más ni menos que de la revolución que supone cumplir la legislación de aguas. Cumplirla en serio y en su totalidad; es decir, persiguiendo y sancionando a quien la incumpla. Te veo sorprendido perplejo lector que no pertenezcas a las interioridades de la administración del agua. Tu pregunta la veo venir enseguida: ¿ah, pero no se venía cumpliendo la establecido en la Ley de Aguas, sus reglamentos y sus normas asociadas? Mi respuesta es tajante: ¡pues no, señor o señora, no se cumplía y además se hacía cuestión política ─y se presumía incluso─ de su incumplimiento; tan fuerte como eso!. Lo que merece que me explaye con una necesaria explicación.
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