Mis ocupaciones profesionales me obligan a realizar frecuentes viajes por la autopista de La Coruña desde Madrid a las provincias próximas y vuelta a la capital. Para distraerme (bueno, sin afectar a la conducción) me dedico a observar los puentes que atravieso y su estética.
Quizá ello ha sido provocado por la «murga» con las que nos viene obsequiando, de un tiempo a esta parte, la Revista de Obras Públicas, órgano de los ingenieros de caminos, dedicando artículos y números monográficos a los puentes, sus circunstancias y, sobre todo, su estética. Parece que los ingenieros intentan hacerse notar en un campo hasta ahora monopolizado por los arquitectos: describir con expresiones rebuscadas, huecas y afectadas sus actuaciones, sean de mérito o adefesios.
CristinaNarbona, presidenta del partido socialista y ex ministra de medio ambiente, mediante el referido artículo viene a exponer/adelantar la propuesta de la política del agua de su partido. Propuesta que es de agradecer en el panorama mortecino de la política general de nuestro país y del agua en particular. Nada que ver con el oficialista Pacto Nacional por el Agua, fallecido antes de nacer por insustancial.
Las líneas que propone Cristina Narbona tocan diversos temas del mundo del agua. Propone conservar muchos de los rasgos de nuestra política tradicional del agua, como su visión preferentemente productivista, considerando el agua como factor de producción, frente a la propuesta de la Directiva Marco del Agua europea de considerar el agua como un «patrimonio que hay que proteger, defender y tratar como tal» (considerando 1 de la Directiva).
Mi compañera del ministerio Ad_ministra, al final de su entrada «La burbuja explosiva de las aguas subterráneas. 1ª parte: la llanura de Albacete» me ha emplazado a relatar una segunda parte de la burbuja. Como nos encontramos por tierras cervantinas, no estará de más recordar aquello de «segundas partes nunca fueron buenas». No obstante, por caballerosidad, me pongo a ello.
Resultaba deprimente recorrer la Llanura Manchega en el verano de 1987, en plena sequía. Los cauces de los ríos se encontraban desdibujados y aterrados, pues llevaban sin ver agua hacía más de 10 años. Las Tablas de Daimiel estaban calcinadas, pues el sustrato de turba había ardido en el incendio de septiembre del año anterior (Pequeña historia del trasvase Tajo-Tablas de Daimiel). Los Ojos del Guadiana se había secado y el río parecía simplemente un camino. Los edificios de molinos situados en los cursos de los ríos estaban en pura ruina. Por la llanura corrían matas espinosas mecidas por el viento, matojos a las que los paisanos llaman aliagas.
En 1986 el país padecía ─una vez más─ una prolongada sequía. El día 6 de septiembre el telediario de la tarde abrió con el titular: «Arde la zona húmeda de Las Tablas de Daimiel». Dejando aparte el contrasentido del título, resultaba que el presidente del Parque Nacional de Doñana era Alfonso Guerra, también vicepresidente del Gobierno. El tema del incendio tomó el cariz de asunto de «gobierno», sobre todo porque enseguida hubo voces críticas pidiendo la «descatalogación» de dicha zona del Convenio de Ramsar sobre humedales de importancia internacional, en la que Las Tablas figuraban entre los cuatro espacios españoles de categoría A junto a Doñana, Delta del Ebro y Albufera de Valencia. Rápidamente el vicepresidente ordenó que se hiciese un estudio sobre posibles soluciones para evitar la pérdida de prestigio internacional que acarrearía la descatalogación.