Lo sucedido en el Mar Menor ha sido calificado de colapso ambiental. Tal denominación no se debe a algún grupo ecologista o catastrofista, no. Se debe, ni más ni menos, al recientemente fenecido ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente (que de todos estos sectores se ocupaba, menos del último). La ministra saliente, a la que tantos favores y ganancias deben los plutócratas murcianos, se ha despedido de sus fieles amigos con un regalo envenenado: el informe ambiental del Mar Menor, véase BOE del 5 de junio de 2018. (¿Les tendría ganas la ministra a los dirigentes murcianos por lo que haya tenido que aguantar y tragar?). El informe nos ahorra y excusa de describir el pormenor del museo de los horrores, en el que no falta ninguna pieza. Nos limitaremos, pues, a la metafísica del desastre: sus causas directas, indirectas y pluscuamperfectas; las posibles responsabilidades; la revertibilidad de la situación; los esperpénticos planes propuestos; el inevitable plan de reconversión agrícola; los costes de la juerga (¿quién paga?) y el papel de los organismos públicos y privados. Para todo habrá leña con la que calentar la caldera.